Xabier Arzalluz dice que ETA «es autista».
Me fastidia la manía que tienen muchos políticos -y muchísimos ciudadanos- de servirse como insulto de los males las desgracias y las enfermedades de gente que maldita la culpa que tiene.
Los autistas no se merecen esa comparación.
El lenguaje popular está lleno de trampas en las que el personal cae a diario sin apercibirse. No es cosa de salir a la calle a organizar una persecución general en aras del lenguaje políticamente correcto, pero sí de pedir a quienes tienen una mayor responsabilidad en la modelación del habla colectiva -políticos y periodistas, sobre todo- que se piensen dos veces lo que van a decir antes de soltarlo.
Cierto es que, si casi nunca reflexionan sobre el contenido de lo que largan, como para pedirles que se fijen en la forma.
Discutía anteayer con mi buen amigo Gervasio Guzmán sobre otra trampa del lenguaje. Afirmó él que cierto político -no hacen al caso mayores precisiones- es «un animal». Dado que conozco a muy pocos individuos a los que quepa catalogar científicamente como minerales o vegetales -aunque algunos guarden sorprendentes semejanzas con los unos y los otros-, le pedí que aclarara a qué tipo de animal se refería. Me dijo: «¡Ese tío es un perro!».
Seguí tocándole las narices: le pregunté si él tenía constancia de que haya perros que encabecen partidos políticos.
Somos fantásticos. Calificamos de «animaladas» actos que ningún animal irracional realizaría en su vida, y reservamos el calificativo de «humanos» para hechos que son de lo menos frecuente entre los de nuestra especie.
¿Qué es específico de la raza humana? La inteligencia, desde luego. Pero la inteligencia no es, en principio, ni buena ni mala. Depende de para qué se use.
La tortura es específicamente humana. La maldad también.
La bomba atómica es humana: de lo más humano que hay. No hay ninguna otra especie animal que haya sido capaz de concebirla. Y menos de fabricarla. Y todavía menos de usarla.
La soberbia también es muy humana.
La soberbia nos mueve a extrañar, a convertir en ajeno todo lo malo. Para muchos, el mal tiene tres opciones: o es una deformación de lo humano («subnormal», «idiota», «tarado»), o no tiene relación con lo humano («cerdada», «perrería», «animalada») o, en el peor de los casos, es extranjero («judiada», «cafre», «barbaridad»).
No se crean ustedes: el lenguaje nos retrata a los humanos... una barbaridad.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de agosto de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 4 de agosto de 2011.
Comentar