Coreaban a voz en cuello, felices, en las puertas de la cárcel: «¡Inocentes, inocentes!».
Ellos se referían a Barrionuevo y Vera, ya sé, pero no pude evitar la sensación de que nos lo estaban gritando a los demás. Que habían adelantado la jornada del 28, que sabían que nos habían jugado una fenomenal inocentada y que se reían de nosotros.
Un magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo lo dijo en privado poco después de que se conociera la sentencia de la que fue coautor: «No ha habido más remedio que condenarlos: los hechos probados eran demasiado contundentes». Y añadió, tras una pausa significativa: «Otra cosa es lo que ocurra luego».
Lo que ha ocurrido luego ha sido, efectivamente, otra cosa. La contraria, en concreto.
Al ver lo que finalmente ha sucedido, me vienen a la memoria los problemas de conciencia que me trajo la consigna que sirvió de santo y seña al espíritu de Ermua: «¡Todos a por ellos!».
En su momento me mosqueó. Ya de entrada, por lo del «ellos». Me decía a mí mismo: «¿Tendrán tan claro quiénes son ellos? ¿No se les planteará ningún problema de identificación?».
Tampoco me gustaba nada lo de «ir a por». En un país civilizado, la ciudadanía no tiene por qué ir a por nadie. Si alguien ha de ser perseguido, son los jueces los que deben decirlo, y sus agentes ponerlo en práctica. Ese «¡Todos a por ellos!» encerraba un eco de Lynch altamente inquietante.
Pero lo más desazonante del eslogan era el «todos» inicial. Me decía: «¿Quiénes somos todos, y cómo puede ser que en ese todos no entren ellos?».
«Todos». «Ellos».
Ahora lo veo claro. Saben muy bien quiénes son. Son una gran familia. Y, dentro de las familias de pro, los pecados se perdonan. Pepe y Rafa han roto el jarrón de la sala, y eso está requetemal, y Papá Estado se ha visto obligado a imponerles un castigo, porque «el hecho probado» era grave. Pero tampoco conviene exagerar la nota. Se les castiga, y luego se les perdona, y todos contentos. «Todos». Porque Pepe y Rafa son parte del «todos». No son de «ellos».
Y salen luego los de Aznar, y dicen que han actuado como hay que hacerlo, y que no ha habido ningun trato de favor.
-Hijo: ¿tú crees que esta gente se piensa que somos todos tontos? -me dijo mi madre anteayer-.
-Sí, mamá -le contesté-. Y además tiene razón. De no ser tontos, no los soportaríamos.
-¿A quién te refieres?
-A todos -quise explicarle-. Bueno: a todos los que no somos «todos», sino más bien «ellos».
Me da que me entendió.
Javier Ortiz. El Mundo (26 de diciembre de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 2 de enero de 2012.
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