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2005/01/04 06:00:00 GMT+1

Entre dos y siete

Uno de los muchos problemas que afronta la llamada «izquierda real» o «izquierda transformadora» -la gente que se considera a la izquierda del PSOE, por entendernos- es el predicamento que tienen en su seno los criterios superficiales y los juicios sumarísimos.

Lo estoy comprobando estos últimos días gracias -o por culpa de- la lectura de algunos artículos en los que sus autores, tratando de hacer balance de lo sucedido en 2004, emiten valoraciones de conjunto sobre la actuación del Gobierno de Rodríguez Zapatero.

Constato la existencia de dos fuertes corrientes igual de unilaterales. La primera fija su atención casi exclusivamente en lo que el Gobierno debería haber hecho y no ha hecho y, complementariamente, en lo que debería no haber hecho y ha hecho. En lógica consecuencia con ello, muestra un cabreo de mil pares y se apunta a la consigna -que me acabo de inventar- «Aznar, Zapatero: el mismo estercolero». En la segunda corriente se sitúan los que admiten que hay «muchas cosas que se podrían haber hecho mejor, sin duda alguna», pero subrayan con evidente alivio los cambios que se han producido en tales o cuales terrenos.

Por poner un par de ejemplos.

Uno: la política internacional.

Los primeros dicen que Zapatero se fue de Irak porque no tuvo más remedio, puesto que ésa había sido la columna vertebral de su campaña electoral, pero que se ha retratado como el reaccionario que es enviando más tropas a Afganistán y dando un giro espectacular a su política norafricana, alineándose con Mohamed VI y dando la espalda al Frente Polisario.

Los segundos subrayan la retirada de Irak, el alineamiento con Francia y Alemania para la formalización de un eje europeo sólido frente al hegemonismo de Washington y su intento de favorecer la distensión internacional promocionando la idea del «encuentro entre culturas».

Otro ejemplo: las medidas legislativas en favor de las mujeres, de las parejas gays y de la laicización de la sociedad española.

Los primeros subrayan que la llamada Ley Integral sobre la Violencia de Género queda muy bien de cara a la galería, pero que la falta de una dotación presupuestaria a la altura de los objetivos pretendidos la convierte en poco menos que papel mojado. A la vez, recuerdan que el Gobierno, que situó durante la campaña electoral entre sus prioridades la reforma de la legislación sobre el aborto, la ha aparcado sine die. Ponen eso, la renuncia a replantearse la financiación estatal de la Iglesia Católica y los «retoques» a la ley sobre el matrimonio gay como muestras de lo mucho que se ha achantado Rodríguez Zapatero ante la ofensiva de la Conferencia Episcopal.

Los segundos llaman la atención sobre la gran diferencia que hay entre la posición general del Gobierno del PSOE, por insuficiente que resulte en algunos extremos, y el ultramontanismo fanático de los máximos exponentes del Ejecutivo de Aznar, que oscilaban entre el Opus Dei y los Legionarios de Cristo. Recuerdan también que el Gobierno ha paralizado la reforma de la Enseñanza que estaba a punto de perpetrar Pilar del Castillo.

Se podrían poner otros muchos ejemplos. Sobre política económica. Sobre política social. Sobre globalización. Sobre actitudes solidarias o insolidarias en relación con el Tercer Mundo. Y no digamos nada sobre política autonómica y sobre política vasca.

Me parece un debate mal planteado. Leyendo entre líneas -y equivocándome, tal vez-, atisbo en la primera posición una férrea voluntad de negar que se hayan producido algunos cambios, como si admitir tal cosa condujera ineluctablemente al conformismo y a la renuncia al combate -como si para decidirse a combatir hubiera que ponerse anteojeras-, y en la segunda un desmesurado alivio posibilista, como si haberse librado en cierta medida y en algunos terrenos del sofocante agobio aznarista -sobre todo en materia de fe y de costumbres- fuera ya motivo más que suficiente para sentirse alborozado.

No veo que haya razón ni para lo uno ni para lo otro.

Me recuerda este debate -cambiando lo muchísimo que debe ser cambiado- al que se produjo durante la Transición tras el triunfo de la UCD. ¿Debíamos negar los cambios que se estaban produciendo? Algunos lo hacían, apoyándose en hechos reales: la pervivencia de la tortura -que aún sigue, por cierto-, el terrorismo de Estado, la negación de los derechos nacionales... Otros decían: «¡No compares!» y arrimaban el hombro para que se mantuviera lo recién aprobado.

No creo que haya que eludir las comparaciones -y, puestos a comparar, casi mejor atenerse a la realidad de los hechos-, pero no veo por qué la comparación deba ocupar el centro del debate. Hay unos objetivos por los que luchar y unos principios que reclamar. Si alguien propicia algo, bien está, pero el horizonte sigue lejano y lo único que asegura que no se retroceda en el camino es precisamente la presión constante para seguir caminando.

Cuando se reclama 100, porque 100 es lo justo, siete es mejor que dos, sin duda. Pero siete sigue siendo una mierda.

No hay ni por qué decir que siete es lo mismo que dos ni por qué quedarse extasiado en la contemplación del siete.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (4 de enero de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de julio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2005/01/04 06:00:00 GMT+1
Etiquetas: apuntes 2005 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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