Aquí todas las aguas se nos vuelven guerras. Tenemos «la guerra del bonito», que es salada, y «la guerra del agua», que es potable, aunque ninguna de las dos «guerras» resulten ni salada ni potable.
En ambas, el Gobierno navega a la deriva. En la del bonito, el ministro de Asuntos Exteriores, Javier Solana, ha demostrado que está pez. Las papanatadas que dijo el miércoles sobre lo perversos que son los pescadores españoles, en masa, revelan que no ha pescado de qué va esta historia. Es cierto que son muchos los barcos de este país que se sirven de malas artes para elevar sus capturas, pero los boniteros artesanales no están entre ellos. Al contrario: trabajan con métodos de estricto respeto a los caladeros. Es precisamente la defensa de su forma tradicional de pesca y el rechazo de quienes esquilman el mar lo que les ha empujado a enfrentarse a los barcos volanteros franceses, que se dedican a eso que el máximo teórico del PSOE en materia de pesquerías, Fernando González Laxe, llamó «pesca industrial», que consiste en no hacerse a la mar a pescar, sino a cazar. Pero está visto que tales sutilezas desbordan lo que este Javier Solana está en condiciones de entender.
Con lo de la «guerra del agua» pasa tres cuartos de lo mismo. La han armado ellos solitos. Primero, dando por hecho que siempre iba a llover a gusto de todos: no tomaron las precauciones de rigor, por si llegaban tiempos de mayor sequía, y ahora se han quedado secos. Ya con el lío encima, en plan «no hay mal que por bien no venga», se han puesto a hacer demagogia electoralista en el terruño propio a costa del vecino. Bono trata de que el agua escasa colme las urnas que se le vacían, y tres cuartos de lo mismo hacen sus presuntos colegas Joan Lerma y María Antonia Martínez. Estos ex internacionalistas, tras una breve deriva por el nacionalismo de vía estrecha, se han pasado con armas y bagajes al regionalismo más cutre. Allá ellos.
Con el Cantábrico entero metido en líos de agua, con Castilla-La Mancha y medio Mediterráneo en las mismas, sólo faltaba que en Andalucía también se desatara una «guerra del agua». Pues ya está. Lo más probable es que a Chaves le falten los votos necesarios para ser elegido presidente porque una diputada socialista está a punto de romper aguas, lo que le impedirá acudir al Parlamento a emitir su voto.
El país entero está que arde por asuntos de agua. Pero, si buceamos bajo la superficie de los problemas y evitamos que los árboles que se queman nos impidan ver el bosque incendiado, comprobaremos que el fondo de todos los conflictos es, invariablemente, el mismo: tenemos unos gobernantes que, mientras la nave del Estado naufraga, ellos sólo piensan en seguir aferrados al timón.
Y nosotros, entretanto, con el agua al cuello.
Javier Ortiz. El Mundo (23 de julio de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de julio de 2012.
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