Voy a comparar dos afirmaciones de tono crítico, las dos contra el PNV, las dos procedentes de líderes del PP con mando en plaza.
La primera es de José María Aznar. Denostó el presidente del Gobierno el otro día en Bilbao al partido de Arzalluz porque, según él, «está colocando una alfombra roja para que los terroristas entren en las instituciones».
La segunda afirmación es obra de Jaime Mayor Oreja. Afirma una y otra vez últimamente el ministro del Interior: «Desengañémonos: los nacionalistas no quieren la paz; lo que quieren en realidad es la independencia».
¿Parecido entre una y otra frase? Obvio: las dos descalifican al PNV. Pero hay entre ellas una muy importante diferencia. La crítica de Aznar podrá considerarse más o menos acertada, pero tiene sentido. En cambio, la de Mayor Oreja es perfectamente absurda: presenta el anhelo de paz y la aspiración a la independencia de Euskadi como si fueran pretensiones alternativas, incompatibles, cuando no lo son de ningún modo: es perfectamente posible querer la paz y, a la vez, aspirar a la independencia vasca.
Entiéndaseme. No pretendo en absoluto que la afirmación de Aznar sea justa. Antes bien, creo que es muy injusta. Descalifica al PNV por estar facilitando lo que durante años fue el objetivo central declarado de los firmantes del acuerdo de Ajuria Enea: conseguir el fin del terrorismo y que el campo abertzale radical se incorpore a las instituciones.
Lo que digo es que, mientras lo de Aznar es un error, lo de Mayor Oreja es, sin más, un disparate. Y que esa diferencia no es casual, sino representativa de las dos líneas que hay en el PP en relación al llamado «problema vasco».
El PP -o el Gobierno central, que a estos efectos tanto da- carece de propuestas positivas -al menos públicas- de cara al avance del proceso de paz en Euskadi. Tiene un montón de críticas, agravios y reproches que exponer, pero ni el más mínimo atisbo de plan. No le gustan nada de nada las iniciativas nacionalistas, de acuerdo; pero, ¿dónde están las suyas? No hay.
La diferencia clave está en que, mientras el dontancredismo de Aznar es sólo aparente, calculado y táctico, el inmovilismo de Mayor Oreja es desoladoramente real. La evolución de los acontecimientos le ha sumido en la perplejidad. Y en una honda amargura, personal y política. Él, que proyectaba liderar el proceso de paz, se ve convertido ahora en una rémora.
Lo de Aznar tiene fácil remedio. Lo de Mayor Oreja, difícil. Cuando pasen las elecciones, el presidente haría bien en nombrarlo ministro de cualquier otra cosa. Para que, por lo menos, no estorbe.
Javier Ortiz. El Mundo (26 de mayo de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de mayo de 2013.
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