"Ningún ciudadano que esté en sus cabales puede permitir esta locura". Fue José María Aznar quien pronunció ayer la frase. La anoté en un papel.
Ya no recuerdo a qué se refería. A algo sobre Euskadi, supongo. Da igual. Lo apunté por lo de "sus cabales". Me resultó curioso. Hacía tiempo que no oía el modismo. Antes se decía mucho.
Quien se apunta a esa expresión da por hecho que hay cosas que son cabales; de cajón. No cuenta con que aquello que para uno es de pura lógica, a otro puede parecerle un disparate. Por ejemplo: el propio Aznar afirma, como cosa que cae por su propio peso, que "son los navarros los únicos que pueden decidir el destino de Navarra" -cosa que a mí me parece muy bien--, pero, a cambio, jamás suscribiría que "son los vascos los únicos que pueden decidir el destino de Euskadi".
Para mí que Aznar no está en sus cabales.
Yo tampoco lo estoy demasiado, supongo.
Os cuento.
Me encuentro en Penyiscola. He venido a visitar a mi hija mayor, que está trabajando aquí. En su vieja casa del barrio antiguo no hay teléfono y la señal del móvil es debilísima, de modo que no puedo conectarme con internet. Pero he descubierto que en la terraza del tejado la señal es bastante buena. Así que aquí me tenéis, con el ordenador portátil instalado entre ropa tendida, con dificultades para ver la pantalla por culpa del solazo que empieza a pegar a esta hora de la mañana, escribiendo este comentario.
Calquier persona en sus cabales estaría en la cama durmiendo, o se bajaría a pasear por las calles retorcidas, ahora que todavía no rebosan de turistas.
Veo el mar al fondo. Está precioso.
Voy a hacer un esfuerzo por estar en mis cabales. Corto y me voy a pasear por la orilla del mar. Que le den viento fresco a Aznar.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (18 de julio de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de mayo de 2017.
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