En medio de la tensión del trabajo diario, la mayoría de las noticias me suscitan una reacción dura. Me las tomo como si fueran una provocación. Porque lo son, en cierto modo.
«Aznar dice que se enteró por la prensa del peligro que representaba Sadam Husein». ¡Qué morro! ¡Qué recochineo!
«El 74% de los lectores de El Mundo cree que las próximas elecciones generales las ganará Mariano Rajoy». ¿Y el 26% restante? ¿Son realmente lectores de El Mundo?
Y así todo.
Pero pasando el fin de semana en pandilla -nos hemos juntado siete adultos y dos niños que somos, tomados en grupo, bastante más que amigos y amigas: nos queremos-, las noticias, incluso las que más hieren a la inteligencia, parecen otra cosa. Hasta pueden resultar graciosas.
Ayer estuvimos viendo un telediario y cada chorrada que decían nos daba para un comentario de coña.
Además, hace un tiempo maravilloso.
Cuando la vida va bien, cuando lo privado funciona, cuando la armonía es la norma, lo exterior tiene una capacidad muy inferior de agresión.
Ese fin protector cumplían -cuando lo cumplían, claro- las grandes familias de antes. Cuando vivían juntos, en casas enormes, abuelos, tíos, padres... y muchos, muchos hijos. El bloque humano, solidario, servía de coraza. En todos los sentidos, desde el económico hasta el sentimental.
Ahora, cuando mis más íntimos y nosotros estamos así juntos, en pandilla -va ya para el cuarto de siglo que algunos nos conocemos-, suelo hacerme la ilusión de que, aunque no hayamos conseguido tener grandes familias de las de antes, nos las hemos arreglado para inventarnos una magnífica familia de nuevo tipo. Una familia en la que te puedes permitir el lujo de elegir a los familiares.
En esas ocasiones, cuando están así las cosas, da igual lo que diga Aznar. Te sientes muy por encima de esas ridículas contingencias.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (6 de septiembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de diciembre de 2017.
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