Dice Arnaldo Otegi que condenar los atentados de ETA es una actitud cobarde.
Yo lo reconozco, e incluso lo reivindico: soy un cobarde.
Tengo miedo.
Me da miedo ETA, que se pasa el día decidiendo quién tiene derecho a vivir y quién no.
Pero no sólo temo a ETA. Temo también a los fanáticos de toda laya. Temo a ésos que le gritan «¡asesino!» a Ibarretxe. Y a ésos que han hecho las cosas de tal manera que han conseguido que haya pobres diablos que gritan «¡asesino!» a Ibarretxe. Y a ésos que me escriben llamándome de todo porque no soy de la grey. Y a ésos que bombardean mi página web con virus informáticos, con la obvia intención de silenciarme.
También -¿también?- temo al Estado. A ese Estado que oculta los sondeos del CIS y miente amparándose en razones técnicas. Y a esos valedores del Estado que especulan indisimuladamente con las posibles ventajas de una intervención militar en Euskadi. Y a las leyes que les permiten hacer esas especulaciones.
Temo a los demás, en general.
Incluso me temo a mí mismo.
Incluso temo a la vida.
Temo. Y qué, si temo. Tengo derecho a temer.
Pero trato de no dejarme dominar por el miedo. De no actuar sometido por el miedo.
Por eso condeno los crímenes de ETA.
Precisamente porque no me dejo dominar por el miedo.
¿Sabe Otegi cuantos miles, cuantas decenas de miles de simpatizantes de EH condenarían los crímenes de ETA si no se dejaran dominar por el miedo?
Sí; lo sabe. Pero tiene miedo de decirlo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (8 de mayo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
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