Alguna vez he contado, no sé si por escrito, una anécdota protagonizada por el difunto José María González Castrillo, más conocido en su faceta de humorista por el seudónimo de Chumy Chúmez.
La historia es que Chumy, que era de San Sebastián y de mi barrio, se presentó un día por allí con un amigo suyo subsahariano -que es como ahora se llama a los africanos negros- y telefoneó a su madre:
-Oye, que me gustaría ir a comer a casa, pero estoy con un amigo. ¿Te parece que lo lleve?
-¡Estupendo, ningún problema! -le respondió ella.
A la hora indicada se presentaron ambos en casa de la señora Castrillo quien, al abrir la puerta y ver el color de la piel del amigo de su hijo, se quedó de piedra. Pero no dijo nada.
Se sentaron a la mesa, la buena mujer sirvió la comida y se pusieron a comer. Y ella sin despegar los labios.
Así siguió un buen rato hasta que, al final, se dirigió al amigo de Chumy y le dijo:
-Pues, ¿sabe? Estoy aquí tan tranquila comiendo con usted y no me importa nada.
Me acordé de esta anécdota de Chumy (*) el otro día, según oí a Luis Aragonés contar cómo él ha llevado a negros a comer a su casa con toda la naturalidad del mundo.
En ambos casos, la presunta prueba de ausencia de racismo sirve para demostrar exactamente lo contrario.
Luis Aragonés, apodado «Zapatones» en sus tiempos de futbolista, es un tipo tosco y desabrido, alarmantemente dado a la agresividad y, para colmo de males, engreído (aunque sea de justicia reconocer que de esto último no tiene toda la culpa él, que ha sido inducido por un montón de periodistas de deportes que llevan años y años coreándole los desplantes y las intemperancias, presentándolas como prueba de que el individuo -al que los muy cursis rebautizaron como «El sabio de Hortaleza»- es genial).
El modo en que se refirió a Thierry Henry («Negro de mierda») es intolerable, y debería haber sido más que suficiente para destituirlo, pero sus explicaciones posteriores fueron todavía peores. En vez de retirar prudentemente la patita, se dejó llevar por su insufrible soberbia e insistió en lo mismo, pero a mayor escala. El rollo que se soltó sobre lo terrible que fue el colonialismo británico -típico de todos los patrioteros locales, que están convencidos de que la obra española de colonización de las Américas fue, en el fondo, muy considerada- sólo sirvió para exacerbar los ánimos de la hinchada. Bien puede considerársele como instigador de las agresiones verbales racistas que se han producido desde entonces en varios campos de fútbol.
La Comisión Antiviolencia en el Deporte ha instado a la Federación Española de Fútbol y a su presidente, Ángel María Villar -otro sabio-, a que abran de inmediato un expediente sancionador contra Aragonés. Por fin hay alguien con autoridad en este país que no acepta explicaciones del tipo de «Ya se sabe cómo es Luis», «No hay que tomarse sus cosas por la tremenda», etcétera.
La pena es que la Comisión no tenga autoridad para sancionarlo directamente y deba confiar en Villar, que es tan zafio y tan burreras como el propio «Zapatones».
(*) Un chiste de Chumy (ya que le he robado la anécdota, le devuelvo un recuerdo).
Va un niño con su padre por la calle y de pronto se detiene y le dice:
-¡Papá, caca!
El padre responde:
-Sí, hijo, ahora te pongo.
Y el niño responde:
-No, si lo que digo es que eres una mierda.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (11 de diciembre de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de julio de 2017.
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