Los partidarios del voto bronca, que propugnaron introducir en las urnas papeletas en blanco o nulas, han conseguido un rotundo éxito en las elecciones argentinas del pasado fin de semana. 3,5 millones de electores siguieron su consigna. En Buenos Aires y Río Negro, los votos nulos o en blanco superaron el 27% del total de los emitidos. En Santa Fe alcanzaron el 40%. Se trataba con ello de encauzar el cabreo de la ciudadanía con respecto al conjunto de la clase política. A fe que lo han conseguido.
El éxito propagandístico de la iniciativa ha sido rotundo. En cambio, no parece que sus consecuencias prácticas vayan a resultar tan beneficiosas para la causa de sus promotores. Como los votos nulos y en blanco se recuentan, pero no cuentan a la hora de la designación de escaños, la fuerza a la que más han beneficiado -no moral, pero sí materialmente- ha sido al Partido Justicialista, que se ha hecho con la mayoría en la Cámara de Diputados y ha incrementado su posición dominante en el Senado.
Hubo las pasadas semanas en Argentina una discusión que reproducen en todas las vísperas electorales quienes, críticos con el conjunto del sistema político, no se identifican con ninguna candidatura con posibilidades de obtener escaños. ¿Abstenerse? ¿Votar nulo o en blanco? Los partidarios de la abstención sostuvieron, como siempre, que votar en blanco o nulo supone, a fin de cuentas, aceptar el juego; que no votar es un modo más claro de repudiar unos procesos electorales formalmente democráticos pero dominados de hecho por la plutocracia. Los defensores del voto en blanco o nulo argumentaron, no menos clásicamente, que la abstención consciente no se puede cuantificar, porque se pierde en la marea de la abstención despolitizada o meramente pasota, por lo cual es más útil votar en blanco o nulo.
Lo ocurrido en Argentina demuestra que ambas opciones, por muy dignas de consideración que sean en el plano ideológico o moral, tienen la misma efectividad política: ninguna. Da igual que el 45% del censo se haya negado, por una u otra vía, a dar su voto a cualquiera de las candidaturas en presencia: los partidos no se repartirán el 55% de los escaños, sino el 100%. Es posible que todavía durante unos cuantos días rumien algo sobre la escandalosa abstención y la gran cantidad de votos en blanco o nulos que ha habido. Pasado cierto tiempo, hablarán en nombre del conjunto de la ciudadanía y se quedarán tan anchos.
¿Hubieran podido evitar los broncas argentinos que tal cosa ocurriera? Sí, y de un modo teóricamente sencillo. Bastaría con que se hubiera presentado una candidatura cuyo programa tuviera un solo punto: repudiar a la clase política en bloque, y cuyos integrantes hubieran asumido de antemano el solemne compromiso de no ocupar sus escaños. De ese modo, se hubiera podido agrupar todo el voto del rechazo, al margen de opciones políticas particulares, y las cámaras de representantes habrían quedado parcialmente vacías. Ese vacío serviría de constante denuncia de la crítica radical de una considerable parte de la población al tinglado que se tienen montado los profesionales del trapicheo político.
Me imagino la Cámara de Diputados bonaerense con un 40% de los escaños vacíos. Ya, para empezar, no podría legislar nada que precise de una mayoría cualificada.
No estaría mal que los broncas consideraran esa posibilidad en alguna futura ocasión. Y no sólo en Argentina.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (16 de octubre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de junio de 2017.
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