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1995/12/30 07:00:00 GMT+1

El vértigo

Vivía en un bajo y mirar a la calle le producía vértigo. Sentía vértigo al acercarse a las esquinas, y vértigo al mirar el calendario, y un enorme vértigo ante el plato vacío antes de comer, y doble vértigo ante los ojos que se posaban en él sin su permiso. Y sufría vértigo antes de dormir, y vértigo al despertarse.

-Dios, no he muerto. Habré de seguir viviendo todavía -musitaba. Y el vértigo se le hacía una bola con el llanto.

Pero sentía también un vértigo mortal ante la muerte.

Le daba vértigo hablar, por terror a que sus palabras se despeñaran y rompieran en el vacío, y vértigo guardar silencio, por si los demás esperaban algo de su boca, y su boca no lo daba, y volvían contra él su enojo.

Sufría vértigo ante las caricias que no recibía, y vértigo ante las caricias por sorpresa, y vértigo ante la indiferencia, y vértigo ante el mero amago de un gesto de cariño.

No era sólo miedo: era vértigo. La cabeza le daba vueltas, la sentía rotar, le zumbaba el cerebro, le vacilaba el paso, le asaltaba el sudor frío. Y las arcadas: esas arcadas constantes, impredecibles, súbitas, vergonzosas. En cada encrucijada, el vértigo. Ante cada decisión, el vértigo. El vértigo a cada paso.

No siempre había sido así. Recordaba añorante los tiempos en que él era aún él, uno entre tantos, y las cosas, cosas -no amenazas-, y la personas, sólo personas -y no riesgos-.

Evocaba en particular los momentos en los que hubo quien le dio compañía. Y la risa: cómo echaba de menos su preciada risa, ahora perdida para siempre.

Nada de eso quedaba. Se esfumó aquel ya lejano día en que soñó que vagaba perdido bajo una gran tormenta, y que la gran tormenta descargaba sobre él un rayo, y el rayo lo fulminaba y lo abrasaba por dentro. Sólo por dentro.

Despertó y notó que, de repente, había adquirido un extraño don: el de percibir nítidamente todos los riesgos. Todos. Los escondidos en cada objeto. Los agazapados detrás de cada acción humana. Todos. A todas horas. En masa.

Pesada carga, insoportable. No le era dado predecir qué peligros se volverían desgracia: sólo advertir las amenazas. Notaba de inmediato qué podía romperse, qué caerse, qué herir. Veía que los frenos podían fallar y el balcón hundirse, que la aorta estallar, que el amor trocarse en odio, que la tolerancia en furia homicida.

La mayor parte de las veces no ocurría nada de eso. Casi nunca ocurría nada de eso. Pero él veía, sabía a ciencia cierta que el peligro existía. Y la angustia le vencía. Y se le volvía vértigo.

El último amigo que le visitó, hace ya tantos años, le recomendó que acudiera cuanto antes a un psiquiatra.

-Así no puedes vivir -le dijo.

-Lo sé -respondió él-. Sé bien que vivir es cegarse al riesgo, volver la espalda a la amenaza, creerse a salvo, no vacilar hasta caerse. ¡Si supieras cuánto envidio vuestra inconsciencia! Pero yo estoy condenado a soportar la verdad.

Y se estremeció de vértigo.

Javier Ortiz. El Mundo (30 de diciembre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de diciembre de 2010.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.1995/12/30 07:00:00 GMT+1
Etiquetas: miedo preantología 1995 el_mundo vértigo | Permalink | Comentarios (1) | Referencias (0)

Comentarios

Obrigado por este ano de lectura.

Escrito por: xosé.2010/12/31 17:50:28.823000 GMT+1

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