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2003/08/10 06:00:00 GMT+2

El ventilador del techo

Fue a comienzos del verano de 1978 cuando por primera vez reparé en la existencia de los ventiladores de techo.

Sucedió tal cosa en Ibiza y no por iniciativa propia, sino a indicación de mi hermano Josemari, por entonces afincado en aquel rincón del Mediterráneo. Afirmó que, por culpa de la proliferación de los mentados artilugios, presentes en todo techo visible, la isla corría el peligro cierto de salir volando el día menos pensado.

No muy convencido de la tesis, suscité una animada discusión científico-técnica sobre la adherencia del subsuelo ibicenco, lo cual no nos condujo a parte alguna –bueno, sí: al puerto, puesto que íbamos paseando en esa dirección–, pero hube de admitir que, en todo caso, no le faltaba razón a mi hermano cuando denunciaba la querencia local a llenar los techos de aspas.

No volví a acordarme de los ventiladores de techo hasta hace cinco o seis años, cuando Charo y yo fuimos a pasar unos días a Ibiza (precisamente a Ibiza).

Nos alojamos en un hotel que se suponía de campanillas, pero las habitaciones no tenían aire acondicionado, sino ventiladores de techo.  La verdad es que me dio igual, porque ese verano no hizo demasiado calor, regresábamos al hotel ya medio dormidos y un simpático animador de turistas decrépitos se encargaba de despertarnos a las 8 de la mañana cantando a grito limpio una tabla de gimnasia.

De esta guisa, bien puede decirse que mi verdadero encuentro con los ventiladores de techo se ha producido este verano.

El descubrimiento tuvo lugar en Tenerife.

Mi primo Emilio vive en un piso estupendo, situado entre Santa Cruz y La Laguna, en una colina por la que corre un airecito muy agradable. En comparación con Santa Cruz, la temperatura es buena. En comparación con Santa Cruz, insisto.

Basándose en la brisa, en la colina y todo lo demás, mi primo Emilio sostiene que allí el aire acondicionado no hace falta para nada.

Sería más preciso si dijera que a él no le hace falta para nada. Yo sudaba la gota gorda y, así que en mis noches de sofoco atisbaba un rayo de luz en el horizonte, dejaba tras de mí la cama ardiente, me instalaba en la mesa del salón y me ponía a escribir... justo debajo de la corriente de aire creada por un estupendo ventilador de techo.

–Oye, esto de los ventiladores de techo está muy bien –le dije a Charo.

–Claro. Por eso los ponen. Además, apenas hacen ruido y consumen muy poco –me respondió.

Estaba yo en estas cavilaciones cuando me topé con un artículo en el periódico (no recuerdo en cual). Contaba que los ventiladores de techo, aparte de su utilidad intrínseca, son todavía mejores cuando se usan para reforzar los modernos sistemas de refrigeración o calefacción.

–¡Hasta un 15% de ahorro! –exclamé.

–¿Qué? –contestó Charo.

–Los ventiladores de techo. Aquí dice que permiten ahorrar hasta un 15% de energía si los haces funcionar en una habitación en la que haya aire acondicionado o calefacción.  

–¿Seguro? –me preguntó con gesto de incredulidad.

A decir verdad, no estaba para nada seguro de la afirmación, así que lo dejé estar.

Pero me quedé con la copla.

El asunto volvió a aparecer días después, ya instalados en Aigües y dándole vueltas a esto de los terribles calores del verano.

–Lo mismo compro un ventilador de techo –le dije a Charo.

–¿Para qué habitación? –me preguntó.

–Para el salón. O para el dormitorio. O para el estudio.

–¿Qué quieres comprar? ¿Un ventilador o tres?

Ella siempre tan mordaz.

–Podemos poner uno, a prueba.

–Pues ponlo en el dormitorio. Por poco que duermas, es el punto en el que pasas más tiempo fijo.

Hube de darle la razón.

En mala hora.

Anteayer pasamos por Carrefour. Miré el estante ad hoc y quedé agradablemente sorprendido: 40 euros el ventilateur de plafond con lámpara de techo incorporada. ¡Bien! La caja para el carrito.

La verdadera tragedia se produjo ayer, cuando, a primera hora, abrí la caja.

Piezas. Bolsitas de plástico con tornillos y arandelas. Muchas cosas. Todas sueltas.

Cuando Charo se levantó se lo dije:

–Estoy muy ilusionado. Por el mismo precio he comprado un ventilador de techo y un puzzle de 400 piezas.

–Ah.

Cuando Charo no sabe qué decir, dice siempre «Ah».

–Mira el manual de instrucciones –añadió al cabo de un rato.

Para no parecer sádico y masoquista a la vez, me abstuve de informarle de que: a) el manual de instrucciones en cuestión se refiere a la vez a dos modelos de ventilador bastante diferentes, por lo cual te está diciendo constantemente que hagas esto o que hagas lo otro «según el modelo de que se trate»; b) el gráfico en el que se muestra cómo se ensamblan todas las piezas tiene 3 cm. de ancho por otros 3 cm. de alto (medidos con regla), y c)  las instrucciones incluyen párrafos como éste: «Coloque el ventilador en suspensión en el enganche o en el estribo comprobando que la ranura de la rótula se halle frente a la patilla del enganche».

Francamente: lo de E = MC2 me parece bastante más sencillo.

Pero pronto supe que todo eso iba a ser lo de menos. Porque enseguida me enteré de que el soporte del techo –del que yo carecía– debía ser capaz de aguantar 25 kilos, y fui advertido con severidad de que la parte eléctrica del montaje era lo suficientemente compleja como para que, de no estar familiarizado con las instalaciones eléctricas, llamara a un electricista diplomado.

–¡Claro! ¡Sí!–bramé–. ¡Llamo a un electricista y, cuando se digne venir, me enteraré de que nada más que por subir hasta aquí me cobra dos veces lo que vale el aparato!

–¿Todo bien? –preguntó Charo, que estaba leyendo una novela de Zúñiga en el porche.

–¿Eh? Ah, sí, perfecto.

Prefiero no detallar las aventuras que afronté durante las cuatro horas siguientes hasta colocar mal que bien –más mal que bien, a fuer de sincero– un par de soportes de balancín en el techo, teóricamente capaces de soportar 25 kilos de peso –espero que los soporten, porque he de dormir justo debajo– y hasta que me enteré por experiencia –no normal, pero sí corriente: de 220 voltios, en concreto– cómo enganchaban los cables.

Las piezas –no estaba ya para florituras– las fui encajando por intuición. Si algo tenía pinta de encajar, yo lo encajaba.

Lo curioso es que, cuando colgué el conjunto en el techo, justo sobre la cama, no sólo no se cayó a la primera, sino que arrancó, puso las aspas a dar vueltas y alumbró una bombilla. Y ahí sigue, de momento.

Me quedé mirándolo. Intrigado, traté de imaginar qué podrá sucederle al ciudadano o ciudadana de a pie que no tenga ni mi experiencia de bricoleur, ni mi panoplia de herramientas, ni mi paciencia, ni mi cabezonería... y se le ocurra comprarse ese ventilateur de plafond tan barato y tan estupendo.

Salí al porche y le pregunté a Charo:

–¿Qué te parece si compramos otro ventilador de techo, para el salón, por ejemplo, pero éste lo instalas tú?

Charo cerró la novela, ya terminada, y me sonrió beatíficamente:

–Oh, de acuerdo. Pero el año que viene, ya, ¿no? ¿Te parece?

Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de agosto de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de diciembre de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2003/08/10 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: 2003 jor preantología apuntes clima | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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