La mayoría de los españoles se dice satisfecha con el nacimiento de la moneda única europea. Dudo mucho de que la mayoría de los españoles sepa realmente qué implicaciones tiene la instauración del euro. A decir verdad, es poco probable que lo sepan incluso los gobernantes que la han promovido: ellos mismos admiten que es grande el margen de incertidumbre que presenta su iniciativa. Pero, en todo caso, lo que es evidente es que el común de nuestros ciudadanos opina sobre este asunto con el mismo fundamento teórico con el que podría evaluar el grado de exactitud de la fórmula E = MC.
Le han bombardeado por tierra, mar y aire con las ventajas de la moneda única, pero eso no quiere decir nada. Para estas alturas, todo el mundo es consciente de que, cuando te cantan las excelencias de un producto pero no te dan cuenta de sus desventajas, eso no es información, sino publicidad. Todo en esta vida tiene ventajas e inconvenientes. Incluso la muerte.
La mayoría de los españoles expresa su confianza en el euro no porque sea amiga de opinar sobre lo que no tiene ni pajolera idea -aunque también haya algo de eso-, ni porque se trague sin rechistar todas las berzas de la propaganda -aunque tampoco sea inmune a ellas, ni mucho menos-, sino, sobre todo, creo yo, porque en esta sociedad está muy arraigado, más que en ninguna otra, lo que podríamos llamar el europeísmo ingenuo. Me refiero a ese sentimiento, tan común entre los españoles, de que todo lo que viene de Europa es intrínseca y universalmente bueno, y debe ser abrazado sin reserva alguna, no ocurra que dejemos de ser Europa y volvamos a las de siempre. De nada vale que la experiencia demuestre que los organismos europeos nos han jugado en más de una ocasión bromazos de muy mal gusto, a los que mucho mejor habría sido oponerse, en vez de tragar como papanatas. Da igual: el europeísmo ingenuo es del todo inasequible a la experiencia.
El euro tiene ventajas, sin duda. Pero también inconvenientes. Y, sobre todo, peligros. El principal es que los detentadores del poder europeo -y no los califico de detentadores por error, sino con plena conciencia del significado real de la palabra- nos han embarcado en un viaje que carece de retorno posible. Han puesto todos los huevos de la economía continental en la misma cesta: si tropiezan, no dejan ni uno entero.
Hace años lo dijo uno de ellos, ya no recuerdo quién: «El tren de la Unión Europea es imparable». En efecto: ya sólo responde a las leyes de su propia inercia. Repliqué entonces que poner en marcha un tren imparable es un disparate. Paradojas de la vida: seguro que la legislación de la UE prohíbe la fabricación de trenes imparables.
Javier Ortiz. El Mundo (2 de enero de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de enero de 2012.
Comentarios
Y es que este Javier las veía venir. Ni que estuviera en posesión de la bola de cristal. ¿Sus grandes dotes analíticas y el conocimiento de la raza himana, tal vez?
Por cierto, gracias por seguir reciclando las notas de Javier que no pasan de actualidad. Plus ça change... ¡Cómo lo echo de menos! Cada vez que se produce algo en el campo político quiero saber lo que opinaría él.
Escrito por: .2012/01/05 23:14:12.341000 GMT+1