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2001/08/27 06:00:00 GMT+2

El tamaño de las víctimas

Meditaba anoche sobre lo efímero de la felicidad –entro en la última semana de vacaciones– sentado en el jardín, frente al valle de Aigües, a la luz de una potente bombilla que pende de la parra, cuando de pronto empezaron a posarse sobre la mesa unos bichitos pequeñajos. No me preguntéis qué clase de bichos. La Naturaleza agreste es para mí un perfecto misterio. Tenían pinta de pulgones, pero cualquiera sabe.

Entré en la casa y regresé provisto de un pulverizador insecticida. Rocié abundantemente la mesa y las proximidades de la lámpara. Empezaron a caer más bichos. Uno de ellos era ya de tamaño considerable, para tratarse de un insecto: unos 3 centímetros de largo. Tenía una forma curiosa: muy delgada, con cuatro patas articuladas, tan separadas las de arriba y las de abajo que parecían brazos y piernas, y en la cabeza dos ojos extremadamente prominentes. Me quedé mirando cómo agonizaba. Retorcía las patas con tal angustia que empecé a sentirme mal. A su lado, una docena de presuntos pulgones se moría lo mismo, pero su tránsito al otro barrio no me suscitaba el menor sentimiento.

«Qué raro eres, Javier», me dije a mí mismo. «Te importa una higa cargarte moscas, sientes incluso un vago placer sádico acabando con cuanto mosquito se te pone a tiro y, de repente, te conmueve la muerte de este extraño insecto».

¿Se debería a su aire filiforme vagamente androide, con aquellos ojos saltones y sus patas como brazos y piernas? Sin duda. Pero, de haber tenido esas mismas características en un cuerpo de dos milímetros, me habría sido perfectamente indiferente.

Me acordé de aquel mal día en que maté un gatito. Se había metido debajo de mi coche sin que yo me diera cuenta y, cuando arranqué, lo despanzurré. Se ve que era tan jovencito que no acertó a reaccionar cuando el motor empezó a girar. El trauma me duró muchos días. Me sentí tan absurdamente culpable que poco me faltó para presentarme ante la Sociedad Protectora de Animales a pedir que me impusiera un castigo. ¿Predilección por los mamíferos? Quiá. Me sentí igual de mal cuando maté un pájaro, también con el coche, hace 15 años, al regresar de un entierro. A cambio, jamás me he interesado lo más mínimo por los cientos de pequeños bichos que estrello contra el parabrisas y el capó en cada viaje veraniego.

Todo es cuestión de vista. El tamaño hace que apreciemos. En el doble sentido del verbo: como apreciación y como aprecio.

Supongo que será por eso mismo por lo que no soy capaz de mostrarme indiferente ante la muerte de ningún humano. Aunque sea un bicho.

Javier Ortiz. Diario de un resentido social (27 de agosto de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de mayo de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/08/27 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: diario 2001 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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