Todos los medios se han puesto a hacer quinielas sobre la sucesión de Aznar.
Hay varias razones que lo justifican. 1ª) Se otea ya en el horizonte la fecha en la que el jefe del partido popular deberá abrir el sobrecito y decir aquello de «And the winer is...». 2ª) La elección está de todo menos cantada, lo que deja un amplio campo abierto a la especulación. Y 3ª) Entramos en las vacaciones políticas y pronto los medios de comunicación con amplias secciones de información política no tendrán mucho más de lo que hablar.
Sobre esa presumible base, El Mundo ha pedido a un puñado de comentaristas -este humilde servidor de ustedes entre ellos- que cuenten cómo ven la cosa y quién creen que terminará vencedor en la carrera sucesoria.
El texto que sigue es mi aportación a la especulitis general.
En contra de lo que los aspirantes a la sucesión de Aznar afirman todos como un solo hombre -y ninguna mujer-, es falso que el problema de su partido sea que cuenta con demasiados candidatos a la altura del cargo.
No es verdad. Es cierto que tiene varios dirigentes que poseen algunos de los requisitos que hacen falta para asumir con posibilidades de éxito la doble condición de jefe del partido y de aspirante a la Presidencia del Gobierno, pero no veo yo que ninguno de ellos dé el tipo en grado suficiente.
El problema del PP, por paradójico que parezca, no es encontrar un dirigente que pueda desempeñar correctamente el papel que corresponderá al candidato a la jefatura del Ejecutivo. Para eso podrían valerle varios. Rodrigo Rato, por ejemplo, tiene imagen de hombre competente y versado en asuntos de economía, lo cual infunde hoy en día un profundo respeto al electorado, que no parece proclive a contabilizar las muchísimas veces que los expertos en economía meten el cuezo hasta el corvejón. Rato sería capaz de hacer una campaña sobriamente brillante (o brillantemente sobria, según se quiera) y ganar las elecciones sin demasiados apuros. También veo a Mariano Rajoy con posibilidades de aguantar bien el tirón electoral: es un político todoterreno que, como portavoz del Gobierno, ha tenido que familiarizarse con la mayoría de los expedientes que una campaña electoral pone sobre la mesa. Y lo que en un político es todavía más importante: ha aprendido a hablar con soltura de lo que no sabe sin que su ignorancia resulte evidente. En fin, last but not least, Alberto Ruiz Gallardón podría encarar esa prueba con idénticas o incluso superiores posibilidades de éxito, en la medida en que su buen cartel llega incluso a una parte del electorado del PSOE.
Es posible que ninguno de ellos fuera un candidato de primerísima fila, pero todas sus carencias se verían más que suficientemente compensadas por las de su principal oponente electoral, José Luis Rodríguez Zapatero que, de seguir firme en su penosa trayectoria actual, se las arreglará para derrotarse solo, sin necesidad de mayor intervención ajena.
Cuando Aznar se encontrará con más problemas no será, ya digo, a la hora de proponer -a la hora de designar- al cabeza de lista del PP en los próximos comicios generales, sino cuando deba asignar al candidato de su elección la muy compleja responsabilidad suplementaria de encabezar el partido.
Supongo que no sorprenderé a nadie si digo que las simpatías que siento por Aznar son más bien limitadas. Pero siempre he reconocido en él las oscuras y complejas habilidades del buen aparatchik. Cuando en enero de 1989 fue designado presidente del PP tomó en sus manos un partido que era una jaula de grillos. Diez meses después lo tenía en orden. Y a sus órdenes. Impuso su autoridad con mano de hierro. Como todos los jefes reservados e implacables, tantos más cadáveres políticos fue dejando a su paso, tanto más se acrecentó el respeto reverencial de sus fieles.
¿Responde a ese retrato, así sea mínimamente, alguno de los tenidos por aspirantes a sucesor? No lo veo. Al uno se le nota demasiado su debilidad por tal o cual capillita, el otro deja transparentar demasiado impúdicamente su desbordada ambición y su carencia de principios, el de más allá cuenta con demasiada facilidad lo que piensa o sufre de obsesiones enfermizas que le hacen perder la perspectiva general... Eso sin contar con que no todos precisamente tienen la trastienda personal tan limpia de polvo y paja como la de su antecesor.
En tales condiciones, Aznar habrá de elegir no al mejor, sino al menos malo. A alguien que no se hará fácilmente con las riendas del partido. Si es que consigue hacerse con ellas.
Puesto que esto va de augurios, diré quién creo que será el designado: Mariano Rajoy. Es el menos frágil.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de agosto de 2003) y Apuntes del natural (3 de septiembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de enero de 2018.
Comentar