Se dice y repite estos días en medios políticos madrileños vecinos del PP que hace falta considerar las «peculiaridades» del pueblo catalán y las consecuencias de tipo político que se desprenden de las afrentas y agravios «reales o supuestos» que los catalanes «creen» haber sufrido o seguir sufriendo. Se extiende así -por razones que a nadie escapan- una cierta displicencia dengue hacia el catalanismo, displicencia que se pretende comprensión y tolerancia. A partir de eso, se construye un discurso oficial que habla de la necesidad de que «ambas partes» hagan un esfuerzo para «superar la crispación» y admitir «los errores cometidos por unos y otros».
Está claro que la derecha central no se apercibe aún de cuál es la verdadera naturaleza del problema. Sigue sin admitir -porque sigue sin comprender- que las afrentas y los agravios, desde los decretos de Nueva Planta hasta estos días que corren, no sólo han sido reales, sino muchos y muy graves. Gravísimos en tiempos no muy lejanos. Y que la solución al problema no pasa por que «ambas partes» rectifiquen, por que «ambas partes» no están en las mismas: una ha padecido por culpa de esa relación; la otra, no.
Por lo demás, «ambas partes» tampoco se disponen ahora a entenderse. Ni el PP es España ni aliarse con CiU es pactar con Cataluña. Aznar y Pujol tienen entre manos un asunto de peso, pero episódico. La convivencia y la cooperación amistosa entre todos los pueblos de España es un objetivo de valor muy superior, que sólo puede lograrse con una comprensión de la realidad harto más honda -y más sincera- de la que ahora está amagando.
Reafirmado lo cual, admitiré que es posible que, como primer paso, esto no esté mal. Tal vez con el nacionalismo español deba ocurrir como con El drescreído de Georges Brassens, a quien su vecino, un tal Blas Pascal, le dio este consejo para acceder a la fe: «Póngase usted de rodillas, rece e implore, haga como que cree... y acabará creyendo». Si la derecha española hace como que asume que España es plurinacional, aunque en su fuero interno siga anclada en el rancio españolismo y en la instintiva desconfianza hacia lo diferente -y el diferente-, y si actúa más o menos de acuerdo con esa ficción política, a lo mejor va cambiando de verdad poco a poco. He conocido a tipos muy machistas que, dándose cuenta de que lo suyo estaba cada vez peor visto, empezaron a reprimirse, y con el tiempo se han vuelto menos zafios. ¿Por qué no habría de pasarle algo así a la grey patriotera?
Pujol sacó partido de la debilidad de González para empujarle a hacer una política económica más derechista. Con Aznar no hay ese peligro: sus planes en la materia son primos hermanos. Pero quizá el trato con CiU fuerce a los del PP a ver la realidad de España con menos vocación de imperio.
Quizá así acabemos cumpliendo -¡con un siglo de retraso!- la condición que Costa ponía para la regeneración de España: cerrar con doble llave el sepulcro del Cid.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de marzo de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de marzo de 2011.
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