Es de auténtica coña: los representantes de guardia de todos los partidos, comentando la importancia de tal o cual punto del mensaje navideño del rey. El momento estelar llega cuando Izquierda Unida -¡Izquierda Unida!- resalta la «sensibilidad social y medioambiental» del monarca. ¡Tócate las narices!
Lo más cómico es que ninguno de estos pelotas ignora que lo único que hace Juan Carlos de Borbón, en esta ocasión como en todas las que le toca hablar en público, es leer los papeles que le pasan. La técnica es prácticamente fija: la Moncloa envía a la Zarzuela un proyecto de discurso, el equipo de la Casa Real lo repasa -más que nada para que no le metan más goles de los imprescindibles- y, en fin, acuerdan un texto definitivo, que pasan al otro para que lo lea (mal, pero eso no es culpa de los autores).
Es imposible atribuir al rey nada de lo que dice, ni para bien ni para mal, porque no es cosa suya. Él es ágrafo.
Una anécdota demuestra hasta qué punto no se entera de lo que lee. Alguna vez lo he contado ya. Sucedió hace años, con ocasión de un viaje a Brasil. Los amanuenses del Gobierno se equivocaron y le pasaron un discurso que días antes había leído Felipe González. Naturalmente, era un exordio propio de un jefe de Gobierno; no de un monarca que, según se supone, «reina pero no gobierna». Pues nada: él largó el mitin de González y se quedó tan ancho.
Por eso resultan particularmente grotescos los intentos de algunos partidos -este año el PSOE e IU, particularmente- de oponer las palabras del rey a la práctica del Gobierno. ¡Claro que no coinciden! Las palabras del rey, repletas de vaporosos buenos deseos, están en contradicción con la práctica del Gobierno... y con la práctica del propio rey que, así que termina de soltarse el rollo, vuelve a sus verdaderas preocupaciones, buena parte de las cuales visten falda.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (26 de diciembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de enero de 2018.
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