La meliflua actitud que José María Aznar ha adoptado en los últimos días hacia el Gobierno de González y hacia el propio González ha provocado un gran desconcierto en los círculos políticos capitalinos. Los analistas se devanan los sesos tratando de hallarle explicación. Algunos, que pasan por enterados, aseguran que el líder del PP ha levantado el pie del acelerador crítico tras haberse entrevistado con el Rey. El monarca, según éstos, habría dicho a Aznar que la situación no está para muchos trotes opositores y que él y su troupe deberían «contribuir a la gobernabilidad del Estado».
Que tal cosa se afirme en ciertos mentideros madrileños no quiere decir que sea verdad, por supuesto. La experiencia me ha enseñado que los mentideros están especializados en lo que su propio nombre indica, o sea, en mentir. Pero, a falta de explicación más convincente de la repentina mansedumbre de Aznar, me he puesto a meditar sobre ésta.
Y cuanto más medito sobre ella, más perplejo me siento. ¿Por qué habría de meterse el monarca a favorecer «la gobernabilidad»? ¿No se suponía que lo suyo es ceñirse a las cosas de reinar, sin entrar en las de gobernar? Y, para empezar: ¿qué es eso de «la gobernabilidad»? Colijo del contexto -no tengo otro remedio, dado que el palabro no figura en ningún diccionario- que «contribuir a la gobernabilidad» es una forma retorcida de decir «facilitar la gobernación». De ser así, ¿qué pinta el Rey pidiéndole a Aznar que dé facilidades a González para que éste pueda gobernar con más comodidad? Aznar ha afirmado repetidamente que, en su criterio, la política de González nos lleva al desastre. En esas condiciones, solicitar de él que rebaje la energía de su labor opositora equivaldría a pedirle que favorezca el desastre. ¿Entra dentro de las atribuciones reales la de convencer a Aznar de que cambie de política? No sé; a mí todo esto me parece muy raro.
«El Rey tiene el deber de ejercer su función arbitral», me dice mi amigo Gervasio Guzmán, en plan solemne. Hombre, sí y no. Hay algunas materias en las que está previsto que ejerza de árbitro. Pero no puede dedicarse a mediar para aplacar todas las disputas. De lo contrario, su vida sería un lío. Me lo imagino reuniéndose con Benito Floro para pedirle que se entreviste con Johan Cruyff y lleguen a un arreglo, de modo que el Madrid admita no jugar a tope contra el Barça, a condición de que éste se avenga a dejarse meter algún golito. Para mí que su tarea consiste en sentarse en el palco de honor y mirar el partido, sin más. Y, si le cae mejor el Barça que el Madrid, o viceversa, arreglárselas para que no se le note en la cara.
Uno, que ha visto mucho, está dispuesto a creerse casi todo. Pero esta historia del Rey convertido en agente mediador de González, y de Aznar llevado al huerto merced a una entrevista balsámica, me parece muy fuerte, ¿Imposible?, No; tanto como imposible, no, desde luego. Pero sí muy fuerte. Mucho.
Javier Ortiz. El Mundo (13 de noviembre de 1993). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de noviembre de 2012.
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