Se ha vuelto realidad el viejo cuento: el rey se pasea desnudo por la calle y todo el mundo finge que no pasa nada, porque nadie se atreve a hablar de ello.
El libro de Amadeo Martínez Inglés 23-F: el golpe que nunca existió ha puesto al desnudo la participación de Juan Carlos de Borbón en una de las conspiraciones golpistas que precedieron al 23 de febrero de 1981, pero -como ya anuncié que ocurriría- nadie ha reaccionado, ni para bien ni para mal.
Pregunté el pasado lunes a Enrique Gimbernat, reputado catedrático de Derecho Penal, si el fiscal general del Estado no hubiera debido tomar cartas en el asunto. «De oficio», me respondió, con una amplia sonrisa. «Injurias al rey. Artículo 490.3 del Código Penal», precisó. «Pues nadie ha hecho nada», insistí. «Ya, claro», dijo, sin perder la sonrisa.
El fiscal general no quiere que los tribunales se vean obligados a establecer qué hay de cierto o de falso en las imputaciones de Martínez Inglés.
El Mundo publica hoy la primera parte de un amplio reportaje sobre el 23-F. Antonio Rubio y Manolo Cerdán revelan que hubo una unidad especial del Cesid que colaboró con Tejero. Es algo que el gran público ignoraba. Ellos aportan valiosas pruebas y testimonios originales.
El Cesid jugó con dos barajas. Se infiltró en el entramado golpista de Tejero con la intención de tenerlo bajo control pero, a la vez -y por eso mismo-, hubo de ayudarle, proporcionándole infraestructura y cobertura. El Cesid, al igual que los generales Miláns del Bosch y Armada -y al igual que el rey-, actuó con el convencimiento de que la aventura espontánea del coronel de la Guardia Civil podía servir para propiciar un golpe blando y semiconstitucional que vacunara al país contra las intentonas de golpe militar duro que estaban en marcha.
Lo que no habían previsto ni el Cesid, ni Armada, ni Miláns del Bosch, ni el rey -que estaba detrás de todos ellos- es que el locodiós de Tejero pudiera desmadrarse como lo hizo. En el guión estaba que tomara el control del Congreso de los Diputados firme pero discretamente, no que entrara a tiro limpio en el hemiciclo lanzando gritos cuarteleros, ni que zarandeara a Gutiérrez Mellado, ni que humillara al conjunto de los diputados.
Con su patochada impresentable, Tejero convirtió el golpe blando en un imposible, obligando al rey -y. sucesivamente, con el paso de las horas, a Armada, a Miláns del Bosch e incluso, finalmente, a los generales más ultras- a desmarcarse de la aventura.
Paradojas de la vida: el elemento objetivamente más antigolpista del 23-F resultó ser... el propio Tejero. Fue su comportamiento atrabiliario el que dio al traste con todos los planes de golpe. No sólo arruinó el golpe blando previsto para ese día. Al desatar la indignación de la sociedad civil y la reprobación internacional, hizo también las veces de vacuna contra las otras intentonas que ya estaban en marcha, previstas para un par de meses más tarde.
Eso es lo que ocurrió... y lo que nadie quiere reconocer, no vaya a ser que la ciudadanía de este país, desinformada sistemáticamente desde entonces, se dé cuenta de que el rey se pasea desnudo y tan campante.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (22 de febrero de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de abril de 2017.
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