Historia de España.- Algunos pensadores agriados y malintencionados sostienen la tesis de que la población española se ha mostrado históricamente gregaria, sumisa y, por lo común, hostil a los cambios.
Lo cierto es todo lo contrario. España ha evidenciado desde hace tiempo que le pirrian los cambios.
El siglo XIX ya dio cuenta de esa tendencia tan nuestra. Recuérdese, a modo de ejemplo, qué buena acogida tuvo el cambio que supuso el regreso de Fernando VII y la anulación de la Constitución de 1812. De haber primado las tendencias gregarias, España se habría dedicado durante el XIX a hacer lo mismo que se estilaba por Europa: llenarlo todo de fábricas y de capitalistas horteras. A cambio, nuestros antepasados mostraron un refinado gusto por la experimentación social, e inventaron cosas tan originales como las guerras carlistas y la restauración borbónica, que causaron gran admiración en el orbe entero.
Esta tendencia se acentuó enormemente con la llegada del siglo XX. Tuvimos un primer cambio importante con la dictadura del general Primo de Rivera. Aquello permitió a los protofelipistas evidenciar su desprejuiciado afán de cambios: mientras los socialistas del resto de Europa se mostraban melindrosos y discutían la licitud de colaborar con gobiernos democrático-burgueses, ellos arrimaron el hombro a una dictadura militar sin pestañear siquiera.
La instauración de la República pareció quebrar nuestra larga trayectoria de originalidad histórica. Pero pronto corregimos esa impresión superficial, iniciando una guerra civil que nos llevó a provocar cambios a espuertas, mayormente en el estado civil de cientos de miles de conciudadanos: muchas casadas se hicieron viudas, infinidad de hijos se volvieron huérfanos, y un número apreciable de vivos pasaron a la categoría de difuntos. Bastantes edificios y paisajes experimentaron también cambios sensibles.
Durante el franquismo, los cambios se tornaron más sutiles, menos perceptibles. De todos modos los hubo, y algunos se tradujeron en trascendentes innovaciones, mayormente en el plano teórico. España fue, por ejemplo, el primer país en el que se abolió la lucha de clases por decreto, lo que nos adelantó en décadas a las más modernas teorías. Franco fue igualmente el primer líder occidental -o así- que, apercibiéndose de la inevitable crisis del Estado de bienestar, comprendió que era mejor no avanzar por esa vía.
La era de los cambios.- A partir de 1976, España se volvió toda ella un puro cambio. El primero quedó plasmado en nuestra ejemplar transición. Fue en ese momento cuando se descubrió que el cambio tiene motor. No hubo acuerdo sobre quién era el verdadero «motor del cambio»: si el rey, si Adolfo Suárez... Pero en lo que sí hubo acuerdo general fue en que, en contra de lo avanzado por los señores Ford, Renault, Citroën y otros, no es el motor el que tiene cambio, sino el cambio el que tiene motor.
Llegó entonces el PSOE con la consigna Por el cambio. Lógicamente, siendo este país tan aficionado a los cambios, arrasó en las urnas. Con lo que iniciamos una larga travesía repleta de cambios. En el terreno económico, el Gobierno abrazó las teorías monetaristas, con lo que proliferaron las más variadas monedas de 1, 5, 10, 25, 50, 100, 200 y 500 pesetas, gracias a lo cual todo el mundo empezó a tener siempre muchísimo cambio. En las negociaciones del GATT, defendió el librecambio y, en la marcha de la Unión Europea, el cambio de velocidades (se apuntó a la segunda). También ayudó cuanto pudo a los agentes de cambio y bolsa. En el ámbito de las Letras, se impusieron las letras de cambio.
El afán transformador e inconformista de los sucesivos gobiernos de González se apreció en el surgimiento de algunas novedades revolucionarias: jefes de Policía ladrones, mandos antiterroristas terroristas, empresas asesoras que no asesoraban, pero que cobraban un pastón...
El requetecambio.- No obstante, la sed de cambio de la población española es tan intensa que ni siquiera todos estos cambios acertaron a saciarla. González hizo hace tres años un último esfuerzo proponiendo el cambio del cambio, pero se ve que la gente no quería que le cambiaran el cambio, sino, en cambio, más cambio. Esta es la razón por la que ha crecido tanto en aceptación el PP (siglas que en realidad significan «Por la Permuta»: algo que sus dirigentes ocultan por comprensible temor a las rimas fáciles).
De vencer hoy en las urnas el partido de Aznar, estaremos ante el no va más, el non plus ultra del cambio: el requetecambio. Queda por ver que ese requetecambio no sea un cambio de estilo requeté.
Javier Ortiz. Zooilógico, El Mundo (3 de marzo de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de noviembre de 2012.
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