«Que se den ellos la galleta, pero que no involucren a los demás», solía decir yo en tiempos refiriéndome a los automovilistas que conducen jugándose el tipo. Es una afirmación muy común. Un amigo me la desmontó: «Se den como se den la galleta, siempre involucrarán a los demás. Habrá que llevar una ambulancia al lugar del accidente. Si muere, habrá que retirar el cadáver. Si queda herido, la Seguridad Social deberá hacerse cargo de su recuperación, si es posible. Y si no, de su invalidez, en el grado que sea. Todo accidente de tránsito provoca un gasto social que, en tanto que tal, nos afecta a todos.»
Me convenció. Y tanto me convenció que, desde entonces, me hago esa misma reflexión cada vez que veo a alguien que se juega el tipo porque le gusta el riesgo, porque está desquiciado o porque le sale de las narices.
El pasado fin de semana hubo en Euskadi varios grupos de montañeros que, conociendo los avisos de temporal de nieve, decidieron echarse al monte para poner a prueba su pericia en situaciones de riesgo extremo. El dato me ha llegado de Euskadi, pero supongo que otras áreas del norte peninsular habrán conocido sucesos semejantes.
Querían jugársela, y se la jugaron. Tanto que, de no haber sido por las operaciones de rastreo y rescate montadas por los servicios públicos especializados en este género de emergencias, no habría tenido nada de especial que algunos de ellos hubieran perecido congelados.
Lo que yo propongo es que se cambie la ley, de modo que, una vez concluido el rescate, las autoridades tiren de impreso y hagan la factura correspondiente: «Por la utilización de tantos helicópteros durante tantas horas, tanto. Por tantas horas de trabajo de tantos especialistas y de tanto personal auxiliar, cuanto.» Y así todo. Con perfecta minuciosidad.
Algo me dice que, cuando los aguerridos montañeros comprueben que su gusto por el riesgo les ha salido a ruina por barba, perderán por completo las ganas de repetir su proeza. Y que los demás montañeros que sepan de lo sucedido tomarán también buena nota. Porque cuando el kilo de romanticismo sale por un riñón, los románticos desaparecen como por ensalmo.
Hay gente que se ve metida en líos sin comerlo ni beberlo. Estoy pensando por ejemplo -hoy precisamente- en tantos y tantos cientos de canarios que han sido sorprendidos por la furia devastadora de la tormenta tropical Delta. Los servicios de emergencia y de rescate deben estar a disposición de quienes se hallan en situaciones así. No de quienes las buscan, o incluso provocan.
Oí ayer a un montañero vasco que echaba balones fuera: «Si cobraran a los montañeros por esto, tendrían que cobrar también a muchos otros en situaciones semejantes», vino a decir. ¡Pues claro que sí! ¡A todos! También a los que se ponen delante de los toros en los encierros. Y a los que se tiran de un puente sujetos -eso esperan- por una cuerda. Y a los que toman las curvas de montaña a 150 kilómetros por hora.
¿Que les gusta el riesgo? A mí no. Pero, ya que les da por ahí, que, si provocan desperfectos, los costeen de su bolsillo.
Era un letrero que figuraba en tiempos en todos los billares: «El que rompe paga. Procurad no romper».
Javier Ortiz. Apuntes del natural (29 de noviembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de noviembre de 2017.
Nota: este apunte tuvo continuidad el día siguiente con «El que rompe paga (Sigue)».
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