La vecindad de las elecciones se nota enseguida, sobre todo del lado de los que mandan: se ponen mucho más simpáticos, asumen compromisos estupendos sin parar, atienden muchas más peticiones y, además, lo hacen con enorme diligencia.
No sólo se distinguen por su talante súbitamente constructivo, sino también por el cuidado que ponen en no asumir ninguna iniciativa impopular.
A la vista de lo cual, deberíamos estar encantados cada vez que se aproxima una cita electoral importante. Y felicitarnos porque las campañas electorales se inicien cada vez con más antelación, como sucede ahora, que estamos en enero, las elecciones municipales no llegarán hasta mayo y el ambiente político luce ya sus mejores galas.
Claro que no hay cara sin cruz, y menos tratándose de gobernantes. El inconveniente de las campañas electorales es que nos los topamos hasta en la sopa. A todas horas, en todas partes. Estrechando manos, besando niños, soltando topicazos hueros, haciendo presuntas gracias... e inaugurando. Inaugurando sin parar. Inaugurando varias veces lo mismo, si hace falta.
El presidente del Gobierno se plantó el lunes en Colmenar Viejo para dar su bendición a las nuevas dependencias judiciales del pueblo (cuatro despachos, como quien dice). Ruiz Gallardón amenaza con dedicar un discurso a cada bombilla que se estrene en el tramo sur del Metro de Madrid, que entrará en funcionamiento -¡qué coincidencia!- justo antes de las elecciones.
Entre inauguraciones inverosímiles, primeras piedras absurdas y presentaciones oficiales de proyectos de futuro ya mil veces presentados, no nos los quitamos de encima ni con agua caliente.
No es una particularidad de los gobernantes del PP. Todos son así. Recuérdese el día en que el ministro Borrell inauguró una alcantarilla. Y la insistencia con que presentaba su plan de infraestructuras con meta en el 2020, pese a las muchas veces que le advertimos de la posibilidad de que no llegara al 2020 siendo ministro.
Su objetivo está claro: que los saquen en la radio y en la televisión. Porque esas apariciones no computan como propaganda electoral, sino como reflejo de «la actividad normal de las instituciones». Son ganancia neta.
Pierde con ello la oposición, pero más todavía perdemos los sufridos ciudadanos, obligados a aguantar erre que erre los mismos latiguillos, las mismas generalidades, las mismas sonrisas almidonadas y las mismas promesas durante cuatro o cinco meses, como poco.
Resignémonos: el que hago quiere... Acaba de darse a conocer un sondeo según el cual tres de cada cuatro votantes está en contra de la nueva Guerra del Golfo. Lo mismo las elecciones de mayo atemperan las ganas de Aznar de serle grato a Bush y eso que le ahorramos al pueblo del Irak.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (21 de enero de 2003) y El Mundo (22 de enero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de febrero de 2017.
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