Sociólogos, expertos en socio-psicología, antropólogos e historiadores vienen desde tiempo inmemorial dedicando ingentes esfuerzos a analizar la especificidad cultural de lo español.
Hasta hace unos años, miraba yo ese afán con total escepticismo: estaba convencido de que nada hay de común e inmanente en el modo de ser de la celtibérica grey.
Así de lejana veía yo la cosa, y de seguro que seguiría en mis trece de no ser porque un buen día, de súbito, me topé con un análisis excepcionalmente penetrante y riguroso que no me dejó más salida que desechar mis dudas y pasar a considerar como un hecho objetivo la existencia de lo español.
-Este país es de coña -dijo Nicolás Redondo en el curso de una conferencia de prensa.
-¡Eureka! -exclamé yo, que estaba friéndome un filete en la cocina de mi casa. Me sentí cual nuevo Pablo de Tarso, iluminado por la súbita visión de la verdad absoluta y por la llama del gas.
De entonces a hoy, no hay día que la observación de la realidad no me confirme el estricto valor científico de lo que bien podría denominarse el principio de Nicolás Redondo (padre).
Anteayer, sin ir más lejos, tuve dos llamativas muestras de que, en efecto, este país es de coña.
La primera me la proporcionaron conjuntamente un miembro del Consejo General del Poder Judicial y el portavoz de una asociación de fiscales. A ambos les escuché por la radio decir que no se puede ir por la vida como Julio Anguita, lanzando acusaciones de presunta delincuencia, porque tal cosa... puede ser constitutiva de un delito de injurias. O sea, que les parece pero que muy mal que se diga que José Augusto de Vega es un presunto delincuente, pero ellos, a cambio, lo pueden decir de Anguita sin cortarse un pelo. Qué gente tan desenvuelta.
Tampoco está mal la llamada Sala de Vacaciones del Supremo. Según la escueta nota que esta dio a conocer, «las opiniones vertidas y las informaciones difundidas» sobre la cita del TC alterada por De Vega «pueden poner en peligro la credibilidad y la confianza de la que deben gozar los tribunales de Justicia». Curioso razonamiento. De Vega podrá ser muchas cosas, seguro, pero no «los tribunales de Justicia». Es tan sólo miembro de uno. Y el cambio de la cita del TC fue cosa exclusivamente suya: a sus dos compañeros de Sala lo único que cabría reprocharles es que le creyeran.
Si es que resulta de puro sentido común. ¿Quién menoscaba más la credibilidad de los tribunales: el que se asombra de que un magistrado introduzca falsedades en un auto, o el que quita importancia a la cosa y, como Emilio Olabarria, afirma tan tranquilamente que «no es infrecuente» que los autos incluyan citas incorrectas? Si lo hacen con frecuencia, ¿cómo creer en ellos?
Pelillos a la mar. En este país no importa qué se hace, sino quién lo hace. Y si él que lo hace tiene bula, aquí paz y después gloria.
Me reitero: es de coña.
Javier Ortiz. El Mundo (30 de agosto de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de mayo de 2013.
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