Todo el mundo condena los GAL. Bueno, todo el mundo no: los jueces aún están en la fase de instrucción. Pero, fuera de ellos -y muy en especial de Móner, teórico de lo inverosímil-, todo quisque afirma enfáticamente que está en contra de los GAL y pide que sus crímenes se aclaren «caiga quien caiga».
¿Caiga quien caiga? Sí, pero menos.
Los hay que echan pestes sobre los GAL y reclaman a grandes voces castigo para los culpables, pero sólo en tanto los jueces no pretendan que las responsabilidades penales lleguen a la cumbre del Gobierno cesante. No objetan que un puñado de jefes o ex jefes de la Policía y de la Guardia Civil acaben en la trena, pero les asusta la idea de que González pueda verse arrastrado por la marea. Así, piden que «todo se aclare de una vez», pero no paran de presionar para que los papeles del CESID sigan siendo secretos.
Hay otros que asumen la línea diametralmente opuesta. También ellos condenan solemnemente los GAL, faltaría más, pero apuntan sus baterías exclusivamente contra los presuntos responsables políticos de la trama -González en especial-, sin mostrar el más mínimo interés en que la Justicia persiga y castigue a quienes se encargaron de llevar los planes a la práctica, o sea, de poner las bombas, matar, secuestrar, torturar, etc.
Tanto los defensores de González como los avalistas de Galindo son impermeables a las novedades. Tanto da lo que se descubra de nuevo. Ellos lo tienen inconmoviblemente claro desde siempre: sus defendidos se dicen inocentes, ergo son inocentes. Unos y otros se muestran tan crédulos con sus patrocinados como escépticos ante lo que dicen todos los demás.
Frente a los que mantienen estas dos actitudes, nos hallamos quienes no ponemos ningún tipo de límite al esclarecimiento de la verdad. Reclamamos que paguen por los GAL todos los que tengan que pagar, sean políticos de relumbrón o de medio pelo, civiles o militares, agentes de Policía o periodistas.
Lo cual irrita a muchos. «Y éstos, ¿de qué van?» -se preguntan.
¿De qué vamos? Juan Luis Cebrián trató de desvelarlo hace unos días. Dijo que los periodistas de este periódico padecemos «el síndrome de Watergate». Algo así como una fijación: según él, nos pirria arruinar carreras políticas. Sea. Pero unos cuantos periodistas no pueden arruinar la carrera de un mandamás, por mucho síndrome que tengan, si el mandamás no ha hecho nada que merezca repudio colectivo. Y si lo ha hecho, entonces el verdadero problema ya no es por qué los periodistas con síndrome denuncian la cara oculta de ese mandamás, sino por qué otros periodistas se abstienen de hacerlo.
«Lo que vosotros tenéis es un empacho de ética», apuntan otros.
¿Es posible empacharse de ética, tenerla en exceso, o afectada? No lo sé, sinceramente.
Lo que sí sé muy bien es lo que yo, al menos, no tengo: vocación de encubridor.
Javier Ortiz. El Mundo (11 de mayo de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de mayo de 2012.
Comentar