La tesis fundamental a la que se aferran los representantes del extinto Gobierno del PP en relación a lo sucedido entre el 11-M y el 14-M -Eduardo Zaplana nos lo recordó hasta el aburrimiento el pasado lunes- es que su derrota fue resultado de las maniobras engañosas y difamatorias que el PSOE puso en marcha con el concurso de los medios de comunicación que le son afines. Eso tuvo por efecto, en palabras del que fue portavoz del Gobierno de Aznar, «que tres millones de personas cambiaran el sentido de su voto».
Zaplana es libre de opinar lo que quiera; faltaría más. Pero debería respetar la realidad de los hechos.
No hay dato objetivo alguno que permita afirmar que entre el 11 y el 14 de marzo tres millones de personas cambiaron el sentido de su voto.
Recordémoslo una vez más.
En las elecciones de marzo de 2000, el PP obtuvo 10.321.178 votos. En las celebradas el pasado mes de marzo, 9.763.144. La diferencia es de poco más de medio millón. Esa es la cantidad de electores que cabría suponer que cambió el sentido de su voto. No tres millones.
En las elecciones de 2000, el PSOE logró 7.918.752 votos. En las últimas, 11.026.163. Ahí sí que la diferencia es de más de tres millones. Pero no hay nada que permita suponer que se trate de personas que tuvieran previsto votar al PP y al final optaran por respaldar al PSOE. Todo indica que fueron, en su gran mayoría, ciudadanos que en las anteriores elecciones se abstuvieron o no tenían derecho a votar y que esta vez lo hicieron. El dato clave de las pasadas elecciones generales fue la participación, que en 2000 alcanzó el 68,71% y que en 2004 se incrementó al 75,66%. Casi un 7%.
Así las cosas, lo que el PP no puede negar, por mucho que le fastidie, es que sus quejas apuntan contra la evidencia de que las elecciones del 14-M fueron más democráticas que las anteriores, porque acudieron a votar muchísimos más ciudadanos.
La causa de sus males reside en la mayor representatividad del resultado.
«Pero votaron manipulados», responden los de Aznar.
Eso plantea un debate complicado y sinuoso. ¿Cómo cabe determinar cuándo un voto es libre y consciente y cuándo no? ¿Hay algún voto que sea realmente libre? O, visto por el ángulo contrario: ¿hay alguno que, en último término, no lo sea?
Zaplana atribuye un poder omnímodo a los medios de comunicación afines al PSOE. Otra vía sin salida. Los amigos de Zapatero se pasaron tres días contando lo que les petó, sin duda, pero había muchas más cadenas de televisión, radios y periódicos que daban exquisito trato a los mensajes del Gobierno. Cada cual oyó, vio y leyó lo que le dio la gana.
Lo que sucedió es que muchísima gente vio, oyó y leyó lo que contaban ellos y no sólo no les creyó, sino que se sintió provocada por sus cuentos. Y votó. Tal vez más contra ellos que a favor del otro.
Javier Ortiz. El Mundo (15 de diciembre de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de abril de 2018.
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