Es extraordinario el poder que puede tener la palabra.
Hace 15 días, Pablo Muñoz, periodista, director editorial del grupo Noticias, fue detenido e incomunicado –ustedes lo recordarán– por orden de Baltasar Garzón. Según ha quedado ya establecido, el único elemento de tipo inculpatorio que respaldó la decisión del juez de la Audiencia Nacional fue el testimonio de otro periodista, Jean Pierre Harocarene, detenido con anterioridad bajo la acusación de haber intermediado en operaciones de extorsión en beneficio de ETA. En su testimonio ante el sustituto de Garzón, Grande-Marlaska, Harocarene aseguró que Pablo Muñoz había facilitado el pago del impuesto revolucionario de un empresario navarro.
Es a eso a lo que me refiero cuando hablo del extraordinario poder que puede tener la palabra. Porque Harocarene no aportó ningún dato concreto que respaldara su acusación contra Muñoz. Lo dijo, y eso bastó.
Bastó, en primer lugar, para que el Ministerio del Interior emitiera un comunicado en el que afirmó que «las investigaciones han permitido acreditar [...] que Pablo Muñoz Peña realizó funciones de mediación entre el sector empresarial navarro y la citada red de extorsión etarra [...], formando parte, por lo tanto, de su estructura». Ya ven: la palabra de Harocarene, convertida, por obra y gracia de Interior, en resultado de unas «investigaciones» (!) que habían permitido «acreditar» (!!) la pertenencia de Muñoz a la red de extorsión de ETA.
La palabra de Harocarene tuvo otro efecto taumatúrgico no menos importante: movió al juez Garzón a ordenar la detención incomunicada de Muñoz, pese a que éste, al saber de la acusación lanzada por Harocarene, manifestó su plena disposición a declarar voluntariamente.
El magistrado, tras tomarse tres días de pausa –cosa de permitir que el detenido disfrutara de las delicias de la detención incomunicada, sin duda–, procedió a interrogarlo. Fue entonces cuando empezó a flaquear su fe. A la vista de lo cual, optó por organizar un careo entre los dos detenidos. Nuevo fiasco: el acusador llegó a decir que en realidad él no tenía «constancia» de lo que había declarado.
Con lo que llegamos al cénit de este episodio judicial no demasiado estelar. Me refiero al momento en el que el juez optó por poner a Muñoz en libertad bajo fianza de 4.000 euros. Sorprendente. ¿No están las fianzas para disuadir al encausado de eludir la acción de la justicia? ¿Cree alguien que si Muñoz no huye será para no perder 665.544 pesetas? Una de dos: o el juez cree que Pablo Muñoz ha colaborado con una red de extorsión de ETA o no. Si lo cree, es absurdo que lo deje en libertad. Y si cree que no, ¿a cuento de qué lo mantiene en el sumario? ¿Tal vez para no tener que explicar por qué dio tanto crédito a una palabra no respaldada por ninguna prueba?
Javier Ortiz. El Mundo (24 de julio de 2006). Hay también un apunte que trata de lo mismo: El poder de la palabra.
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