Hace muchos años que conozco al PNV. Algo así como 35. Cuando yo era crío, a principios de los 60, a los jelkides de San Sebastián los llamábamos los senadores, porque, en cuanto se producía un acontecimiento de importancia, se reunían a senar. Casi todos ellos se dedicaban a la oposición gastronómica. Aparte de eso, pasaban a cuatro amigos el Gudari, periódico clandestino que editaban en Venezuela con ayuda de Caldera, y organizaban de vez en cuando alguna romería. Había algunas excepciones (estoy pensando en el irremplazable Koldo Mitxelena), pero contadas.
Ha llovido mucho desde entonces, particularmente en Euskadi, pero, cuando escucho ahora a algunos dirigentes socialistas y populares decir que el PNV «se ha echado al monte», me vuelven a la memoria aquellos tiempos: «¿Al monte? Pues como no sea que han montado otra romería...», me digo.
El PNV es un partido esencialmente moderado. No sólo en su concepción de la organización social, de raíz democristiana, sino incluso en su nacionalismo. No es independentista. Durante años, sus dirigentes han apelado de tanto en tanto a la hipótesis separatista, cierto, pero únicamente de manera retórica y funcional: para sacarle más al poder central, en plan «que viene el coco y se lleva a los gobiernos que transfieren poco». Sólo han llegado a evaluar la posibilidad de un Estado vasco en tanto que corolario del proceso de unificación europea. Como un sistema para depender directamente de Bruselas sin pasar por Madrid. Es el sueño de la Europa de las regiones, que puede ser muy bonito, pero que no tiene nada que ver con la UE real. Y, sobre todo, que tampoco es independentista.
ETA ha sido siempre separatista. En tiempos ni siquiera simpatizaba con la exigencia del derecho de autodeterminación: sostenía que la libertad de un pueblo no es negociable y, en consecuencia, tampoco sometible a votación.
El PNV, no. Su presencia en el Acuerdo de Lizarra -imprescindible, porque sin ella el pacto carecería de sentido- permite excluir la posibilidad de que esa plataforma trabaje de hecho en pro de la independencia de Euskadi. Otra cosa es que aspire al reconocimiento jurídico de la soberanía vasca. O a la admisión teórica del derecho de autodeterminación. Pero el PNV, créanme, no tiene la menor intención de propiciar la celebración de un referéndum de autodeterminación en la comunidad autónoma que administra.
Primero porque lo perdería. Y segundo -y lo que es más importante- porque no tendría ningún interés en ganarlo.
Javier Ortiz. El Mundo (28 de octubre de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de octubre de 2010.
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