Me tragué el martes pasado, de pe a pa, la prolija entrevista mexicana de/a/con Felipe González.
Íntegra, oigan. Obligaciones que tiene el oficio.
Cada uno es como es. A otros, lo que más les llamó la atención de la entrevista es lo que González afirma acerca de Adolfo Suárez, la Constitución y todo eso.
A mí, en cambio, lo que me dejó realmente fascinado es lo del peso de las vacas.
Les contó González a los pobres periodistas mexicanos que, como él procede de una familia vaquera, cuando ve una vaca es capaz de calcular su peso «con un margen de error mínimo».
Me recordó de inmediato a Alfonso Guerra. Leí hace años que contaba que, cuando daba clases y tenía «miles de alumnos», se sabía de memoria el nombre y los apellidos de todos.
Son gente que carece de pudor. Y de sentido del ridículo. Sienten una necesidad tan compulsiva de ganarse a quienes tienen delante y de suscitar su admiración que no se detienen ni ante las mayores extravagancias. (González les dijo a los periodistas mexicanos que en los últimos tiempos «ha vuelto a Shakespeare». ¿«Vuelto»?).
Lo más digno de estudio de la entrevista de marras está en esas cosas, que tienen menos relación con la estricta política que con la psiquiatría. El hombre despliega sus plumaje con el patetismo de un viejo pavo real. Él lo ha hecho todo; los demás, nada. ¿La democracia? Cosa suya, por supuesto. España es lo que es porque él se lo ha dado generosamente. Aunque por edad él es de la generación de los que mandan ahora, su figura histórica hay que incluirla entre los grandes prohombres de la posguerra. Él no tendría ningún problema para ganar las próximas elecciones, pero ya no está para eso: ahora lo suyo es producir ideas y regalarlas sin reclamar nada a cambio. En eso se distingue de los actuales dirigentes del PSOE, que sólo saben formular vaguedades: él genera sin parar ideas concretas, prácticas. ¿Los GAL? ¡Pero de qué le habla usted, hombre de Dios! Él estaba para marcar objetivos estratégicos; de la intendencia se encargaban sus ministros (buena gente, por lo demás, e inocente, por supuesto). ¿Aznar? Ese pobre diablo el único mérito que tiene es haber seguido la senda que él dejó trazada. Ahí tienen un ejemplo bien evidente: lo de los horarios comerciales, que él propuso ya hace años, y nadie le entendió.
Y así todo. Insufrible. Penoso. Estomagante.
La edad nos convierte a todos en caricaturas de nosotros mismos, es verdad. Pero las caricaturas exageran los rasgos que la gente posee ya de por sí, de natural.
González siempre ha sido un ególatra. Ahora es un ególatra patético.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de mayo de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de abril de 2013.
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