Me escribe un amigo mostrándome su sorpresa por el silencio que guardo ante lo que lleva camino de convertirse en «el penalti del siglo».
Explico las dos razones por las que no he dicho nada sobre ese asunto.
La primera, y muy sólida, es que no vi el partido. Estábamos en una reunión de amigos y amigas y, aunque la televisión estaba encendida, no le presté atención. Preferí dedicarme a configurar el nuevo ordenador de la pareja que nos había acogido en su casa, para que pudieran ver películas grabadas en DivX, y en particular la magnífica serie Cosmos, de Carl Sagan, que casi 25 años después de rodada sigue conservando una frescura maravillante. Oí que el Valencia había marcado un tanto y luego que al Real Madrid le habían pitado un penalti a favor, pero opté por no ver nada, para no tener que decir nada. Entre otras cosas, porque el Valencia CF es mi segundo equipo, y varios de los buenos amigos presentes en la ocasión eran (son) madridistas. Civilizadamente madridistas -eso existe-, pero madridistas, al fin y a la postre.
La segunda razón por la que no he dicho nada sobre este incidente en concreto es porque ya he escrito alguna vez lo que pienso al respecto. He dicho en otras ocasiones, y repito en ésta, que doy por hecho que el árbitro del partido no estaba comprado. ¿Para qué iban a comprarlo? Los grandes equipos con muchos posibles y amigos muy bien situados no tienen por qué rebajarse a prácticas tan cutres (aunque algunas veces recurran a ellas, como bien sabe Jorge Valdano). La influencia social y mediática de un gran club representa un factor de presión psicológica de mucho más valor que un puñado de billetes.
Estoy seguro de que el árbitro del partido del domingo vio realmente que Marchena le hacía penalti a Raúl. Me da igual que la falta existiera o no. Él la vio. Por la misma razón que mucha gente ve milagros. Por la misma razón que muchos enamorados y enamoradas consideran guapísima a su pareja, aunque diste de ajustarse estrictamente a los cánones de la belleza griega, por así decirlo.
Ve lo que su subconsciente le pide que vea. Y si es real, genial. Y si no, pues bueno, qué se le va a hacer.
El poder del Real Madrid es muy grande. Dice Gil: «Es el equipo del Gobierno». Sí, pero eso no es lo decisivo. Lo decisivo es que es el equipo del Gobierno, el equipo del Ayuntamiento de Madrid -lo que le ha permitido sanear milagrosamente sus arcas y comprar todo lo comprable en materia de habilidad futbolística-... y que es el equipo de la mayor parte de los responsables de los grandes medios de comunicación con sede en Madrid. Hace dos sábados me permití cachondearme de ello: El País, que tiene en su equipo directivo la intemerata de vascos -desde su director hasta su jefe de Deportes-, fue capaz de publicar hasta en tres sitios diferentes que la Real Sociedad recibía en Anoeta al Real Zaragoza, cuando lo cierto es que el partido iba a celebrarse en la capital de Aragón. Como suscriptor que soy de ese papel, escribí una carta al servicio de atención al cliente agradeciéndole que me hubiera felicitado por formar parte «del club de los mejor informados».
No me contestaron, claro.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (17 de febrero de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de mayo de 2017.
Comentar