Me referí ayer al gusto que le encuentran algunos a la cuantificación de la españolidad. Es una querencia hondamente sentida por muchos políticos, y también por próceres de la comunicación, que en esto -como en tantas otras cosas- crean opinión y, a la vez, la reflejan.
Se topa uno con la gracia de marras cada dos por tres. Ayer la traje a colación a propósito de un asunto de música local. Recordé cómo el uno te suelta, cual si fuera la cosa más natural del mundo, que la guitarra es «españolísima», mientras el otro opta por asegurarte que la «españolísima» es la tonadillera Perenganita. Ese género de afirmaciones siempre me ha sugerido dos comentarios. Primero: si tan entusiasta es esta gente de la unidad de España, ¿por qué nunca afirma que la dolçaina es españolísima, y que para españolísimos, pero españolísimos de verdad, Kepa Junkera y Carlos Núñez? Y segundo, y no menos importante: ¿a partir de qué unidad consiguen mesurar el grado de españolidad? ¿Cuánto de qué, en concreto, hace falta acumular para ser españolísimo?
Me metí en estas consideraciones, si se recuerda, tras leer una parte del discurso de toma de posesión de José Bono como ministro de Defensa. Horas después, tuve ocasión de ahondar más en la singular perorata del nuevo ministro de la tropa y fui a parar a otra afirmación suya, aportada en esta ocasión con cita de Indalecio Prieto: «Cada vez me siento más español», dijo.
Estamos en las mismas: ¿qué género de percepción, sensorial o extrasensorial, puede permitir a alguien sentirse más español (o menos, eventualmente)? ¿Ser español es una cuestión de hecho (como ser soltero, o nacido en 1957, o sordo) o representa más bien un mérito (o un baldón, a gusto de cada cual) que cabe ejercitar, desarrollar o perder?
Miguel de Unamuno, que era vizcaíno, como Prieto, dijo en cierta ocasión: «Yo soy vasco y, por eso, doblemente español».
De veras que me pierdo con esta gente. ¿Dos veces español? ¿Y qué tal cinco veces europeo?
Para mí que hay dos modos de afrontar la nacionalidad. Está, de un lado, la nacionalidad legal, que cada cual tiene, adquiere o pierde en los registros correspondientes: naciste en Indonesia, te nacionalizaste uruguayo, acabaste de canadiense... En ese sentido, como cantaba Maxime Le Forestier, «te nacen en cualquier lado». Luego, en otro plano, se sitúa (o no) el espacio emocional al que cada cual se siente (o no) unido. Un lugar o un grupo humano cuya caracterización y cuyos límites nadie puede imponer ni quitar a los demás. ¿Que Bono se identifica con una construcción mental hecha de retazos de la realidad seleccionados a su gusto, a la que él llama «España» y que siente con una pasión irresistible? Pues allá él. Siempre que no se empeñe en darme con ella en la cabeza ni quiera obligarme a sentirla con esa pasión tan suya, tan racial y tan portadora de valores eternos.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (21 de abril de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de mayo de 2017.
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