Se ha dicho y repetido hasta la saciedad: «Un pueblo que pierde su memoria pierde su identidad». Pasados tres lustros del fin del franquismo, ya casi nadie se acuerda de aquel sombrío periodo de nuestra Historia: los mayores, porque únicamente lo evocamos a título de anécdota, y de Pascuas a Ramos; los menores, porque nadie les ha contado de qué fue la cosa y, a lo que se ve, tampoco sienten la irreprimible urgencia de saberlo.
¿Corre nuestro pueblo el riesgo de perder su identidad por esta falta de memoria? No lo creo. Si es que este pueblo tiene una identidad -extremo del que parece lícito dudar, seguro que forma parte de ella la irreflexión sobre el pasado. Nunca ha hecho nada de eso; a cuento de qué lo iba a hacer ahora.
Me parece la mar de normal que el pueblo llano deje en el olvido un pasado que tampoco entendió cuando era presente y que maldita la falta que le hace recordar. Lo sorprendente, en todo caso, es que el ejercicio de aparente amnesia colectiva abarque también a los que vivimos de ese género de materias, o sea, a los historiadores, a los periodistas y a los políticos.
Pero, en realidad, también en este caso resulta comprensible. ¿Se podría reprochar a Bruto que no realizara un análisis riguroso del mandato de César? ¿Podrían haberlo hecho mejor Pompeyo, Casio, Catilina, sus deudos, sus hijos, sus cómplices? Todos ellos sabían muy bien qué había pasado, pero optaron por el silencio: tenían demasiado que ocultar.
Tampoco aquí hemos olvidado el ayer. Simplemente, no hablamos de él. Y ello por tres tipos de razones.
Unos guardan silencio porque fueron lacayos y aduladores del pequeño César español, y no les gusta que eso se recuerde.
Otros callan -o mienten: vean a Guerra diciendo ahora que él fue republicano para mejor legitimar la monarquía- porque vendieron su memoria a los pupilos del César; a cambio -digamos, por abreviar- de su benevolencia armada.
Quedamos, por último, los que preferimos no hablar del pasado no porque no nos guste, sino porque hemos comprobado que recordar no sirve para nada: nadie nos oye. Así que recordamos, pero no lo decimos. Por lo menos cuando no nos tocan demasiado las narices.
Javier Ortiz. El Mundo (13 de diciembre de 1991). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de diciembre de 2010.
Comentarios
Las reflexiones de este hombre son dignas de ser leías y releídas… Leer estos artículos es como asistir a una buena escuela.
Escrito por: miren.2010/12/16 12:17:19.953000 GMT+1
Tantos años y parece que abrí el periódico hoy y leí su crónica de la actualidad.
Escrito por: Tailo.2012/04/28 12:55:14.273000 GMT+2