La España oficial, la España bien de hoy, considera de mal gusto que haya quien evoque los aspectos del pasado de cada cual -o de cada qué- que corren el peligro de perderse en el olvido. Y eso por mucho que el memorioso se limite a levantar acta escueta de los hechos y eluda las valoraciones. Aparece uno que constata, verbi gratia: «La jerarquía católica bendijo la dictadura de Franco», y la legión biempensante tuerce el gesto, y salta: «¿Y eso a qué viene ahora?».
Si no viniera a nada, a nadie molestaría que se recordara. Si algunos religiosos dan en recordarlo e insisten en que la Iglesia debería pedir perdón por ello, digo yo que será porque se sienten herederos de la institución, y les pesa. «¡Que pidan perdón también los del otro bando!», claman los abonados al hispanísimo pues-mira-que-tú. Es la demostración más palmaria de que no sienten realmente lo sucedido: quien lamenta de verdad haberse equivocado lo admite al punto; no espera a que los demás errados del mundo estén dispuestos a entonar a coro con él el mea culpa.
He puesto como ejemplo esta historia de la Iglesia, pero podría haber sacado a colación muchos otros episodios de nuestro pasado mediato e inmediato. El celo que algunos ponen para que sólo se apele a lo pretérito en los términos fijados oficialmente no tiene nada de casual: mandar sobre el pasado es imprescindible para gobernar el presente. «Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado», escribió atinadamente George Orwell. De ahí que los beneficiarios del Poder guarden el pasado bajo la protección de sus mejores vigilantes. Mandan sobre la Historia del último medio siglo -y de antes aún, cuando conviene- y dejan ver de ella tan sólo aquellos aspectos que, una vez maquillados debidamente, parecen confirmar su versión ilusoria del hoy.
Los hechos del ayer se vuelven armas especialmente peligrosas para los celadores de la actualidad. Sobre todas las demás armas cabe establecer convenios, y acordar la limitación de portarlas, e incluso dictar su prohibición. Lo sucedido, en cambio, es un arma intocable, inalterable, indestructible. Por eso temen tanto algunos verla enfrente.
Así es en todo tiempo y lugar, pero doblemente en un país como este nuestro, empeñado desde hace más de dos décadas en hacer como si la democracia pudiera emerger de las entrañas de la dictadura como Atenea surgió de la cabeza de Zeus: ya adulta y pertrechada para el combate. Sin pasado.
Con relación al ayer franquista, el establishment español se divide en tres categorías básicas: los que tienen que ocultar lo que hicieron, los que tienen que ocultar que no hicieron nada y, finalmente, los que, imposibilitados por razones de edad para figurar en cualquiera de los dos grupos anteriores, tienen que ocultar que se hicieron discípulos dilectos de los unos o de los otros.
No soportan el pasado. Su pasado. Es de lo poco que no han podido comprar.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de marzo de 1998). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de marzo de 2011.
Comentarios
Escrito por: .2011/03/21 08:15:36.102000 GMT+1
Escrito por: Miguel.2011/03/21 21:11:29.815000 GMT+1
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