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2004/08/27 06:00:00 GMT+2

Variedad de registros

Me escribe un lector un tanto escamado por la columna que publiqué el pasado miércoles en El Mundo. No le gustó que la dedicara a criticar la defectuosa construcción de una frase oída en un programa de radio. Una frase que, por lo demás, aunque fuera incorrecta -añade-, «se entendía».

Le parece que una columna como ésa representa un despilfarro. «De tener la oportunidad de publicar un artículo en un diario que vende más de 300.000 ejemplares, puedo asegurarle que lo dedicaría a algo de más importancia social», sentencia, severo.

Estoy de completo acuerdo con él en un punto: también yo, si tuviera la oportunidad de publicar un artículo, lo dedicaría a algo más trascendente.

Pero ahí está precisamente el meollo de la cuestión.

Yo no tengo la oportunidad de publicar un artículo. Yo publico, porque me dedico a eso, muchos artículos. Dos por semana, si tomamos como referencia el mismo espacio y el mismo diario al que el lector se refiere. Lo que equivale a más de un centenar al año. A más de mil el decenio.

Alguien que debe dirigirse al mismo público tantas veces, tan insistentemente, está obligado a reflexionar sobre los problemas que eso plantea.

La experiencia laboral me ha convertido en experto en Opinión. (En cuanto género periodístico, quiero decir.) Por ello sé que uno de los peligros más graves que corre el columnista es el de volverse previsible, es decir, que el público lector no tenga mayores dificultades para imaginar de qué asunto va a escribir cada día, a favor de quién va a ponerse, cómo lo va a argumentar, qué estilo va a utilizar y hasta, incluso, qué estado de ánimo va a mostrar (o a afectar).

Hablo de ese gran monstruo que es la rutina, que los engreídos confunden con el estilo.

Un deber principal del columnista es combatir contra ese terrible enemigo, rebelarse contra él, no perder la esperanza de vencerlo una y otra vez y tratar de encontrar -si no siempre, sí cada poco- un asunto sorprendente, un enfoque nuevo, un estado de ánimo distinto, algo que pague el precio del esfuerzo que la gente ha hecho al interesarse por el fruto de su magín.

Ésa, y no el capricho, ni la frivolidad, es la razón que me mueve a cambiar a menudo de sintonía, a mudar el ángulo de la visión, a esforzarme por escribir sobre la vida de tantos modos distintos como la vivo -como la vivimos todos, supongo-, a desnudarme a diario -sólo en parte, claro- revelándoos mis secretos, invitándoos a acercaros, a mirar con mis ojos, a reír conmigo, a cabrearos conmigo -y también contra mí, cuando se tercia-, a viajar, a ver películas, a escuchar música... o a llorar juntos.

Por eso puede suceder que haya un día en que me ponga tiquismiquis con una chorradita del lenguaje y me apetezca invitar a quienes me leen a que se rían conmigo (y de mí) por lo mal que llevo que la gente no se exprese (no piense) con rigor puntillista. Y al día siguiente me tocará hablar de Hiroshima. O del efecto invernadero. O de la agonía del África Negra.

Hay animalitos de circo que, los pobres, no saben hacer más que una gracia, y sus amos les fuerzan a que la repitan una y otra vez. Acaban dando pena. Yo no rechazo que se me vea como un animalito (porque lo soy) ni me incomoda que me tomen como parte de un circo (porque en ese medio me muevo) pero me horrorizaría comprobar que sólo sé hacer una monería.

Por eso cambio de registro con toda la frecuencia que puedo. Tratando de entretener, esforzándome por abrir nuevas ventanas a la realidad, intentado aportar algo... Haciendo lo posible por ganarme el sueldo, en suma.

Que lo consiga -y en qué medida lo consiga- es ya otra cosa. Irá por días, supongo.

Javier Ortiz. Apuntes del natural (27 de agosto de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/08/27 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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