En Shangai, en los tiempos de la dictadura del Kuomintang, el Gobierno de Changkai-shek, aterrorizado por los avances de los partidarios de Mao Tsetung -o Mao Zedong, como se escribe ahora ateniéndose a la transcripción pinyin-, se lanzó a la caza y exterminio de los comunistas. Fue una tarea sencilla para sus policías y militares, porque los miembros del PCCh acostumbraban a llevar una especie de fajín rojo a modo de cinturón, como si estuvieran siempre de sanfermines. Por supuesto que se quitaron los fajines en cuanto comenzó la campaña represiva. Pero la tira de burda tela roja había desteñido sus ropas y ellos sólo tenían una camisa y un pantalón. Así que los localizaban de inmediato. Y los fusilaban.
La población árabe de los EEUU vive momentos de auténtico pánico. Las autoridades han insistido en que su guerra apunta exclusivamente contra los terroristas; que no es ni racial ni religiosa. Pero poco importa que sus protestas de intención sean más o menos sinceras; el hecho es que buena parte de la ciudadanía norteamericana ha empezado a mirar atravesadamente a todo aquel que tiene «rasgos árabes» o muestra signos externos de profesar creencias musulmanas, sea árabe o no. Éstos últimos son los que lo llevan peor porque, así como lo de los «rasgos árabes» es bastante aleatorio -todos conocemos a árabes que podrían pasar perfectamente por españoles y a españoles que podrían pasar perfectamente por árabes-, lo de las vestimentas no tiene vuelta de hoja. Es como lo de los fajines de Shangai. «Pues que se quiten esas prendas», responderán muchos. Pero no pueden. Sus creencias se lo impiden.
Ya se han producido numerosas agresiones y media docena de linchamientos, que se sepa.
Miles de musulmanes se han encerrado en sus casas. Otros se pasean llevando en la mano la bandera de las barras y estrellas, exhibiendo un impostado y patético patriotismo que ya veremos en qué medida les sirve de seguro.
No es sólo en EEUU. Entre los escasos manifestantes de Madrid del pasado viernes, hubo unos cuantos que se pusieron a lanzar gritos contra «los moros». Algunos columnistas de prensa -Federico Jiménez Losantos muy especialmente, pero no sólo él- se han lanzado por la bochornosa pendiente del insulto al Islam, en su conjunto. Incluso un periódico que presume de ser tan «políticamente correcto» como El País ha publicado varios reportajes en los que, con cuatro mimbres mal trenzados, se siembra la sospecha de que, aprovechando «la oleada migratoria» (sic), España está siendo penetrada por montones de fanáticos islámicos capaces de cualquier cosa. Me cuentan de amigos árabes que ya han empezado a detectar reacciones de franca desconfianza, e incluso de hostilidad, en la población española. Tienen miedo.
El terror tiene muchas caras. Ésta es otra.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (23 de septiembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de junio de 2017.
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