Escuché ayer al obispo Juan Antonio Reig, presidente de la Subcomisión de Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española, explicar por qué la Iglesia autoriza a las monjas el uso de anticonceptivos cuando se sienten en peligro de ser violadas. Dijo que es cierto que se produce «el acto físico de la anticoncepción», pero que «no se trata de anticoncepción propiamente dicha», sino de «un acto de autodefensa».
Me dio la sensación de que, a medida que daba lectura a sus explicaciones metafísicas, iba ruborizándose más y más. Y es que el papel lo aguanta todo, pero su exposición en público obliga a dar la cara. Y realmente hacía falta mucha cara para defender aquello.
Se me pasó por la cabeza la posibilidad de que alguna de las mujeres presentes se adelantara, le diera un buen soplamocos al señor obispo y a continuación explicara que, si bien se había producido «el acto físico» de la agresión, no se había tratado «de una agresión propiamente dicha», sino de «un acto de autodefensa» de la dignidad de las mujeres, en general, frente a la bocohornosa exhibición de corporativismo eclesial que acababa de protagonizar el tal Reig.
El obispo llegó al extremo de negarse a contestar a las preguntas que le hicieron sobre la posición de la Iglesia ante a la posibilidad de que cualquier mujer en peligro de violación -monja o no; en el Tercer Mundo, en el Bronx o en donde sea- use anticonceptivos. Su silencio fue más elocuente que todo su anterior discurso: quedó claro que él hablaba de las monjas... y nada más que de las monjas. De hecho, no perdió ocasión de insistir en que él se refería a la «defensa de su dignidad de religiosas».
La Iglesia de Roma condena el uso de anticonceptivos en todas partes, incluyendo el África subsahariana, por más que la gente se esté muriendo allí de sida como moscas. En ese caso, por lo visto, no cabe hablar ni de autodefensa ni de dignidad.
De todo lo cual se deducen dos cosas.
Primera, que el Vaticano considera que la dignidad propia de la condición religiosa es superior a la dignidad humana.
Y segunda, que defiende toda hipótesis de vida humana, incluso como proyecto meramente teórico, y considera criminal eludirlo... salvo que quien tenga que apechugar con la nueva vida pertenezca al personal de su empresa.
Sinceramente: pocas veces en mi vida he presenciado un espectáculo tan impúdico como el de ayer. Fue pornografía pura.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (31 de enero de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de abril de 2017.
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