Os voy a contar un chiste de los que a mí me gustan. O sea, muy malo.
Resulta que el Gobierno, cabreado como una mona gibraltareña por la pastoral de los obispos vascos, convoca al nuncio del Vaticano para hacerle patente su protesta. Cosa de los usos y costumbres de la diplomacia: podía habérselo dicho por teléfono.
El nuncio, al que la requisitoria gubernamental pilla en Vichy, donde había ido a tomar las aguas, no tiene más remedio que coger un avión y salir zingando para Madrid.
Al pie del avión, aún en tierra francesa, varios periodistas quieren hablar con él. «A las 5 de la tarde llego a Madrid. Allí hablaremos», les responde, creyéndose prudente.
En realidad, ha cometido un error fatal: comunicar su hora de llegada a la capital de España.
Se ignora quién tomó la iniciativa y de dónde partió la convocatoria, pero el hecho es que a las 5 de la tarde, cuando el nuncio desembarca en Barajas, una ingente multitud, henchida de fervor patriótico, le está esperando. Llueven los insultos. Los manifestantes le increpan. Se le acercan amenazadoramente.
Sorprendido, el embajador del Vaticano trata de escabullirse, pero lo único que consigue es que el gentío se cabree todavía más. Desconcertado, echa a correr. Y la masa detrás.
Sale el nuncio por patas, perseguido por no menos de 300 energúmenos que gritan «¡A por él!».
Tira por dónde puede. Atraviesa varios pasillos, sin saber muy bien ni dónde está.
Descubre que se ha metido en el edificio del párking. Sigue corriendo.
De pronto, se encuentra metido en un callejón sin salida.
«Que sea lo que Dios quiera», suspira, agotado. Y se respalda en el muro del fondo.
¡Oh sorpresa! La masa de perseguidores, según le ve contra la pared, para en seco. Hay un momento de desconcierto pero, poco a poco, todos van volviendo grupas y marchándose.
¿Qué ha pasado? ¿Un milagro?
No. Es que, en el muro ante el que el enviado papal se ha parado, justo encima de su cabeza, hay un letrero que dice con grandes letras: «Prohibido pegar a nuncios».
Bueno, ya había avisado que el chiste era muy malo.
Lo que más gracia me ha hecho cuando me ha venido a la cabeza es recordar cuándo me lo contaron por primera vez. Fue allá por 1974. Franco estaba por entonces cabreado como una mona con la Iglesia vasca por sus tomas de postura hostiles al régimen.
Qué vueltas da la vida, ¿verdad? A veces muchas. Y todo para acabar regresando tontamente al punto de partida.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (1 de junio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de abril de 2017.
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