Hay muchas verdades como la de El Nuevo Vestido del Emperador, de Hans Christian Andersen. Hablo de esas feas verdades de quienes ostentan el Poder, de esas vergüenzas que algunos conocen pero que no señalan en voz alta -que no denuncian- porque no se atreven, o por justa reciprocidad: para que tampoco nadie airee las suyas propias. Saben ustedes a qué me refiero: a esas inmensas fortunas obtenidas de cualquier modo, a esos títulos entronizados y mantenidos sin mérito alguno, a esos personajes de vicios inconfesos que transitan por la vida pública bajo palio, como si fueran lo mejor de lo mejor, y que son presentados a la vista ciudadana como si, en efecto, fueran lo mejor de lo mejor. De honorabilidades que sólo toman por buenas los que no saben (que pueden ser -que suelen ser- mayoría).
Pero hay otras verdades igual de chirriantes, igual de evidentes -aunque menos directamente personales- que también acaban por convertirse en invisibles, a fuerza de que quienes tienen la capacidad de dirigir la mirada del ojo público se empeñen en enfocarla hacia otro lado.
Acabamos de asistir a un ejemplo más que llamativo. Me refiero a la evidencia de que la ocupación de Irak por los Estados Unidos de América ha representado un perfecto desastre para el pueblo iraquí.
Un instituto de opinión -que no me atrevería a calificar con el tópico de «nada sospechoso», porque en realidad es sospechosísimo de muchas complicidades, sólo que de signo contrario- acaba de presentar los resultados de un sondeo que revelan que no ya el pueblo llano, sino incluso los sectores más acomodados de la población de Irak, consideran que la acción militar que acabó con el régimen de Sadam Husein ha tenido unos resultados penosos. Ni uno sólo de los objetivos formalmente esgrimidos para justificar la intervención militar se ha cumplido, ni hay perspectivas de que se alcance en un plazo razonable. Lo único que ha cambiado es que su país está ahora medio derruido, ha habido muchos muertos, las posibilidades de paz civil son remotas... y su petróleo ha pasado a manos extranjeras.
Son criterios expresados por una abrumadora mayoría de los iraquíes -y de las pocas iraquíes a las que han preguntado- que, por lo demás, nadie ha tomado por extraños, ni ha tildado de exagerados, ni ha discutido siquiera.
Pues bien, si eso es verdad, si las cosas son efectivamente así: ¿qué hacen las opiniones públicas «aliadas», que no expulsan a gorrazos del poder a quienes han demostrado que mintieron en la pintura de la realidad, ocultaron sus verdaderas motivaciones, han sido incapaces de cumplir ninguna de sus promesas y han dejado el camino de sus errores sembrado de cadáveres y de ruinas?
¿Que qué hacen, digo? Pues está clarísimo: decir que el nuevo vestido del emperador es precioso.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social y El Mundo (21 de junio de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de junio de 2017.
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