Asisto con perplejidad creciente al desarrollo de los acontecimientos políticos. Las preguntas se me agolpan. Plantearé algunas.
Empezaré por las que me suscita ese solemne principio de reciente invención según el cual es imperioso aislar a los miembros de Herri Batasuna, negándoles el pan y la sal, hasta que condenen el terrorismo de ETA. Me pregunto: ¿Y por qué ahora sí y no hace un año, o dos? ¿Lo de Miguel Ángel Blanco es más grave que lo de Hipercor, o lo de Vic? ¿Lo de Ortega Lara es peor que lo de Irene Villa? ¿Conforme a qué ideología? ¿Conforme a qué moral? ¿Es más inaceptable lo de ahora simplemente porque ahora hay más gente cabreada?
Sigo preguntándome: ¿Hay asesinos mejores y asesinos peores? Y si no es así, ¿por qué es imperioso aislar a HB y tratar a todos sus militantes como apestados y, en cambio, no plantea ningún remilgo codearse con quienes justifican -o no condenan- los crímenes de los GAL? ¿Será porque los asesinatos de esa gente se cometieron hace 15 años? ¿Tiene fecha de caducidad la barbarie?
El presidente Aznar dice: «El pueblo no se ha manifestado para que todo siga igual». Y deduce de ello que es imprescindible tomar toda una panoplia de medidas legislativo-represivas. ¿Qué trata de comunicarnos? ¿Quizá que algunas leyes se vuelven justas porque contribuyen a saciar la cólera colectiva? Uno, en su ingenuidad, creía que lo correcto era correcto con independencia del estado de la opinión pública. Y lo erróneo, lo mismo. Uno, en su ingenuidad, pensaba que gobernar para satisfacer a las masas es, en el sentido más estricto del término, demagogia.
«Hay que penar severamente la apología del terrorismo», se dice ahora a diestro y -ay- también a siniestro. ¿Debo entender que se trata de castigar ideas? ¿De que deben existir delitos de opinión? ¿De que hay que mandar a la cárcel a algunos por su manera de pensar?
«Quienes no condenan el asesinato de Miguel Ángel Blanco no tienen derecho a reclamar nada», oigo decir. Ah, ¿no? Y entonces, ¿qué hacemos con los principios constitucionales que asignan derechos a todos los ciudadanos: a todos, incluidos los criminales?
Hay un dicho en mi tierra que desaconseja tirar el niño con el agua sucia. Está muy bien que millones de personas se hayan manifestado en favor de la paz. Está muy bien que se hayan indignado ante el crimen. Habría estado mejor que lo hubieran hecho antes, sin duda. Y aún mejor que lo hubieran hecho frente a todos los crímenes. Pero, bueno, más vale tarde y parcialmente que nunca.
Sea como sea, hay algunos que no nos hemos indignado ahora, sino hace muchísimo, y que llevamos toda la vida reflexionando sobre cómo se defienden mejor las libertades. No dejemos de lado lo mucho que tenemos aprendido para caer más simpáticos a los recién exaltados.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de julio de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de julio de 2012.
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