Para nacionalismo criminal, el del presidente ruso, Vladimir Putin. Cuando se averió y quedó varado en el fondo del mar de Barents el submarino nuclear Kursk, con 118 tripulantes a bordo, rechazó la ayuda que le ofrecieron varios Estados occidentales. Según él, Rusia tenía los mejores equipos de rescate del mundo y no necesitaba auxilio de nadie. Fue una reacción típicamente nacionalista: de nacionalismo de gran potencia.
Quizá, de haber aceptado ese auxilio en el momento en el que se lo ofrecieron, todavía hubiera podido hacerse algo.
Pero dijo que no.
Cuando, días después, comprobó que la Armada rusa era incapaz de resolver el problema, entonces accedió a recibir ayuda. Había perdido un tiempo precioso. Dicen que los mini-submarinos que han enviado el Reino Unido y Noruega no podrán empezar a trabajar hasta el sábado. Para entonces, lo más probable es que no quede con vida ni uno solo de los tripulantes del Kursk.
Aliento la sospecha de que, además, si Putin cambió de posición y se avino a recibir ayuda, no fue porque hubiera comprendido que su nacionalismo le había obnubilado, sino precisamente porque se dio cuenta de que no había ya nada que hacer y pensó que, si metía en danza equipos extranjeros, podría repartir la culpa de lo sucedido.
Putin ha jugado con la vida de 118 hombres para mayor honor y gloria de su orgullo nacionalista.
Eso sí que es nacionalismo criminal.
Pero no os preocupéis: los Estados occidentales lo seguirán tratando como a un gran estadista.
Incluso Iturgaiz, si por ventura algún día, y así fuera solo por unos segundos, dejara de decir pestes del "nacionalismo cómplice" del PNV y EA y le preguntaran por Putin, hablaría bien de él.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (17 de agosto de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de febrero de 2017.
Comentar