«España va bien», dice José María Aznar. Sus rivales políticos replican al punto: «Es falso; España no va bien». En rigor, España no va ni bien ni mal. No va a ningún lado. Se desplaza, sí, conforme a los conocidos movimientos de rotación y traslación, como el resto del globo terráqueo, pero eso es más o menos lo que solemos entender convencionalmente por estarse quieto.
Dirán ustedes: «Qué bobada. Ya se entiende que Aznar no habla del país como territorio, sino de la sociedad española». Ya, pero ese intercambio semántico no es en absoluto inocente. Tiene trampa. Porque, si en vez de decir: «España va bien», dijera: «Los españoles vamos bien», muchos ciudadanos le responderían de inmediato: «No es cierto. A algunos sí que les va bien, e incluso de cine; pero a otros les va regular, y a un buen puñado, francamente mal».
Referirse así a España no es un mero recurso retórico inocente, sino un hábil truco ideológico, que permite presentar como si de un bloque granítico se tratara lo que es de hecho un amasijo diverso y perfectamente contradictorio.
La sociedad española apenas tiene intereses comunes. No los tiene en casi ningún terreno, pero en el económico menos todavía. El incremento de la riqueza de los unos solo se puede materializar disminuyendo la riqueza -o las expectativas de riqueza, al menos- de los demás. Lo que los políticos oficiales nos presentan como interés nacional es por lo común el disfraz de honorabilidad del que se revisten los intereses de casta, de clase o de grupo.
Quienes afirman que «España no va bien» recurren a la misma fotografía trucada que Aznar. Exhiben el negativo. Tanto da.
No trato de reivindicar -¡Marx me libre!- que la lucha de clases sea el motor de la dinámica social. Entre otras cosas, porque aquí apenas hay ya lucha de clases: jamás en nuestra última Historia se había vivido una situación semejante de sumisión colectiva. Apelo, sin más, a la muy añeja sabiduría popular, que nos enseña que cada uno habla de la feria según le va en ella.
En tiempos, cuando criticaba la apelación al interés nacional, solía ironizar: «¿Interés nacional? Que no haya riadas, terremotos... y poco más». La experiencia me ha llevado a la amarga conclusión de que ni siquiera ante esos grandes desastres existe un interés que nos abarque a todos, sin excepción. Siempre existe alguien que hace negocio con la desgracia ajena.
Pienso en ello mientras veo arder la falda boscosa del Montgó. Qué horror, sí. Pero qué horror provocado. Los especuladores inmobiliarios y los madereros estarán brindando con champán.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de agosto de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de agosto de 2011.
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