Todo quisque repite la tesis tópica: por la grieta de los crímenes de Puerto Hurraco asoma «la España profunda».
Me da que son legión los que se sienten a gusto echando mano del socorrido expediente de «la España profunda», que les libra de tener que internarse, no ya en las reconditeces rurales de Badajoz, allá donde Alfonso Guerra y el PER reclutan sus más combativas huestes, sino en las simas del alma humana, donde el odio vengativo sienta naturalmente sus reales. Es muy cómodo atribuir el ciego afán de venganza al modelo de La tierra de Alvargonzález: ignorancia sórdida, rostros curtidos, manos callosas y cuerpos enjutos cubiertos de negra pana sobre un fondo de encinas y miseria. Tan cómodo como erróneo. Porque el odio sectario, tribal o familiar ha llevado a matar con saña y a voleo en todas partes y en todo tiempo. La visceralidad que llevó a los hermanos Izquierdo a obsesionarse con vengar la muerte de su madre no tiene ni un ápice de específicamente hispana: la medieval Verona y el moderno West Side se han hecho célebres en los escenarios por ella, todo un príncipe shakespeariano la teorizó («Debo ser cruel: así pasará lo peor y vendrá lo malo», decía Hamlet), y sin su tenebroso concurso mucha literatura y buena parte del western, amén de la Mafia -de origen rural, pero de muy buen acomodo urbano , jamás hubieran existido. De París a Nueva York, pasando por Helsinki y por Camberra, con fusil o con veneno, entre listos y entre zotes, en la Edad Media y anteayer, los odios familiares con resultado de muertes a gogó han existido en todo tiempo y lugar. La histórica pendencia entre los Mendoza y los Guevara -oñacinos y gamboinos- no se produjo en Badajoz, sino en Euskadi, tan suya (y tan mía).
El mito de la «España profunda» está asociado a la idea, bastante común, de que este país posee una especie de alma colectiva turbulenta y soterrada que, cual Guadiana por la Historia, emerge cada tanto.
Dudo de que haya tal. Y lo dudo doblemente cuando constato que los sentimientos y las actitudes que se vinculan a esa presupuesta alma hispana son siempre «indómitos y fieros», según cantaba el rancio y rimbombante poema antifrancés.
Mitos, mitos, mitos. La fiereza del «ser español», si alguna vez la hubo, ha tiempo que alcanzó su fecha de caducidad.
Desde hace más de medio siglo, en este país habitan las gentes más gobernables, más dóciles, más resignadas y menos rebeldes de todo el universo. Es un hecho insólito: de 1939 a nuestros días, el pueblo español no ha puesto jamás en la calle a ningún equipo gobernante. Solamente han dejado el Poder los que se han autodestruido ejerciéndolo.
Digan otros lo que les venga en gana: para mí que, si actualmente existe una «España profunda», su reflejo más fiel no está en Puerto Hurraco. Está en La Moncloa.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de enero de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de enero de 2012.
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Salud y República
Escrito por: Juan.2012/01/16 17:19:29.111000 GMT+1
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