No sé si es un secreto para alguien que soy seguidor de la Real Sociedad. Téngase en cuenta el dato, en todo caso, a la hora de juzgar lo que sigue. A la hora de considerar, en primer término, mi satisfacción por el hecho de que ese modesto equipo de fútbol haya llegado a estas alturas del campeonato en primer lugar de la clasificación, sin haber perdido ni un solo partido y -lo que es más sorprendente- jugando muy bien.
Lo del pasado domingo fue, como dirían los cursis de ahora, «paradigmático». Salió al campo la Real como un vendaval, arrinconó al Barça de los tropecientos mil millones y para los 5 minutos de juego ya había acertado a crear dos oportunidades de gol. Volvió una y otra vez a la carga como si sus jugadores no supieran qué es eso del cansancio y del desánimo, ni siquiera cuando un golpe de fortuna -una carambola- adelantó a los llegados de Barcelona.
Bien, pues la pregunta es: ¿se trata o no se trata de los mismos jugadores que el año pasado estaban ya a estas alturas preguntándose si la temporada siguiente estarían en Segunda, hundidos al fondo de la tabla? Respuesta: sí. O casi.
Entonces, ¿cuál es el misterio?
Pues, como escribiría Martí i Pol y cantaría Llach: «Potser el secret és que no hi ha secret». Tal vez sea -y regreso al mismo poema- que lo poco que tenían no habían sabido administrarlo. Y quizá ahora han aprendido a hacerlo.
El primer secreto de la Real es que sus jugadores corren y corren, entran y entran, no dan un balón por perdido y atosigan al contrario hasta ponerlo de los nervios. Para hacer lo cual, claro está, tienen que encontrarse en una forma física excepcional.
Así que primer punto clave: entrenan mucho y entrenan bien. Lo que nos conduce, incluso gramaticalmente, a un oficio: el de entrenador. La Real ha encontrado este año un entrenador que, en vez de hacer dibujitos en una libreta y teorizar chorradas, sabe entrenar, sabe apreciar los puntos fuertes y los puntos débiles del personal con el que cuenta y sabe administrarlos. No pone a los jugadores al servicio de una idea previa suya, supuestamente muy astuta, sino que deduce qué cesto puede hacer tras analizar con qué mimbres cuenta. Parece muy elemental, pero no lo es en absoluto. Que se lo pregunten al Barça.
Segundo secreto: los jugadores realistas luchan y siguen luchando durante la práctica totalidad del partido. No se relajan. Lo cual requiere que haya en el campo gente que se dedique a meter constantemente a sus compañeros guindillas por salva sea la parte. Eso tiene varios nombres, pero uno clave: Karpin. (Para mí que ese hombre está loco. Por lo menos mira como si lo estuviera. Pero, a estos efectos, es de gran utilidad.)
Y no creo que haya mucho más que explicar. El año pasado los jugadores podrían ser más o menos los mismos, pero conformaban un grupo blandengue, desmotivado, aburrido, que se desfondaba física y moralmente a las primeras de cambio.
Luego, aparte de todo eso, suele ser bueno tener también suerte.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (2 de diciembre de 2002) y El Mundo (3 de diciembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 31 de diciembre de 2017.
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