Tenía mucho interés –ya lo había dejado escrito por aquí– en asistir de nuevo a la representación del Misteri en la Basílica de Santa María de Elx (o Elche).
Estuve hace veinte años y me quedé impresionado por lo que vi y escuché, que no fue todo lo que hubiera querido, habida cuenta del gentío que llenaba el recinto religioso. Fui engullido literalmente por la muchedumbre –comme un quelconque fruit, que diría feu Brel–, transportado en volandas a un lugar indeterminado del recinto, allá por las alturas, y mantenido fijo durante la hora de representación de la Festa, que es el acto segundo del Misteri, único que se representa oficialmente el día 15. Empapado en sudor, sólo me fue dado ver lo que sucedía en el cadafal -el escenario principal del auto sacramental– cuando los que estaban por delante de mí ladeaban la cabeza y me abrían una rendija.
Ayer, en cambio, estuve cómodamente sentado en el asiento 1 de la fila 4, junto al tramo final del andador, pasillo por el que los actores van accediendo al cadafal. Como era un ensayo general con todo, que suele decirse, pero no la representación oficial, que se divide en dos actos –visibles los días 14 y 15, respectivamente–, contemplé el auto completo, aunque algo aligerado para que no supere las dos horas de duración.
La comparación entre uno y otro modo de asistir al Misteri no es fácil. Ayer gané mucho –muchísimo– en visión y, por tanto, en comprensión de lo escenificado. Gracias a unos pequeños binoculares, me fue dado captar hasta los menores gestos y detalles de lo que sucedía. Guión en mano, podía leer los textos, saber quién se suponía que era cada personaje y enterarme de por qué cada uno hacía lo que hacía. Más importante todavía: el punto en el que me encontraba era también inmejorable para la audición de los cantos y el órgano. ¿Inconvenientes? Tratándose de una representación de pago, con presencia de las autoridades y todo el monario, el carácter popular del acontecimiento baja muchos puntos. Tuve la sensación de que los propios actores –todos de sexo masculino, incluidos los personajes de la Virgen María y las dos santas que la acompañan, representados por otros tantos niños– actuaban también de un modo más ritual (si se me permite emplear el adjetivo en este caso). Y el propio público se mostró programadamente más frío: no habiendo coronación de La María, como la llaman, tampoco se oyeron los correspondientes gritos de «Vixca la Mare de Deu!», que se lanzan el día 15 cuando el personaje en cuestión entra en los cielos gracias a los beneficios de una recia polea.
Resumen: que vale la pena verlo de las dos maneras.
Vaya ahora un breve resumen de la historia para quienes no sepan de qué va. El Misteri es una representación religiosa antiquísima. Aunque ha habido quien ha remontado sus orígenes al siglo XIII, los estudiosos actuales coinciden en situarlos en el XV, aunque sin duda es deudor de diversas tradiciones anteriores. La inspiración de los textos se atribuye a la Legenda Sanctorum, síntesis de las referencias asuncionistas de los diferentes evangelios llamados apócrifos que circulaban por la época. Jacobo de Voragine les dio forma latina antes de 1270, pero muy pronto fueron traducidos al catalán. El Misteri es el acto asuncionista más antiguo que se conserva, pero se sabe que los había muchos y muy celebrados por todo el conjunto del Reino de Aragón. Niceto Alcalá Zamora, en nombre de la República Española, dio en 1931 al Misteri el título de Monumento Nacional. Recientemente, la Unesco lo ha designado parte del Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Lo que nos cuenta es un breve cuento candoroso. La Virgen María, que pena sin parar porque ha perdido a su Hijo, es visitada por un ángel, descolgado de las alturas, que le anuncia que pronto ella morirá también. Más contenta que unas Pascuas... en fin, muy contenta, le pide al ángel un favor: que haga venir a los Apóstoles para que la acompañen en el trance. Poco a poco van llegando éstos, muy sorprendidos por la fuerza que los empuja. Uno a uno, se van entristeciendo al saber que la jefa –como tal la tratan– se les va y cantan tristes lamentos. Cuando ya están todos, menos Santo Tomás –siempre dando la nota–, la Verge se da por satisfecha y fallece. Entonces desciende del techo el Ángel Mayor, acompañado de otros dos ángeles y dos querubines, todos montados en un artilugio llamado araceli. Sus cantos anuncian a la Virgen cadáver que pronto será ascendida a los cielos. Aquí acaba el primer acto, llamado Vespra. En el segundo acto, que es la Festa propiamente dicha –la gente de Elx casi nunca habla de El Misteri: lo llaman La Festa-, llega Santo Tomás, que pide disculpas por el retraso alegando que viene desde la India, y luego se organiza un tumulto con unos judíos que dicen que allí hay tongo y quieren robar el cadáver, pero que en seguida –vamos: visto y no visto– se arrepienten y se convierten, y luego ya se monta la Ascensión, en una apoteosis fantástica de cacharros que bajan y suben, incluyendo al propio Dios Padre, que aparece con dos críos que representan al Hijo y al Espíritu Santo, y que corona a la Vírgen (esto sólo sucede el día 15: en los ensayos no).
Dicho sea todo esto para no dejar en blanco el papel en el que debería figurar lo que no se puede escribir, lo que hace que ese espectáculo ingenuo y a veces incluso risible –hubo un momento glorioso, cuando el niño que representaba a la Virgen se rascó los huevos– sea literalmente lo que pretende ser: la de Dios. La música, los cantos. Notas de una belleza fascinante, misteriosa, simplicísima. ¿Cómo podría trasmitiros la emoción estética que logran producir? De ningún modo. Esa mezcla de resonancias góticas y mozárabes... Ni siquiera el disco, que ahora mismo estoy escuchando, le hace justicia.
Sólo un favor puedo haceros: sugeriros que vayáis a verlo y escucharlo. No escaparéis a su magia.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (13 de agosto de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de agosto de 2009.
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