Nunca he sido partidario de tomar demasiado en serio las propuestas políticas de Umbral. Me consta que algunas las avanza sin más interés que el de provocar risitas de falso escándalo en las señoras de buen ver o mejor bolsillo con las que se codea -o lo que sea-; que otras las mete con calzador para contentar a tal o cual personaje con el que tiene que verse, o con el que se ha visto, o del que espera obtener algo, y en fin, que otras no pasan de ser mera excusa para hacer ejercicios de estilo en lo que imita -casi siempre de manera magistral- a tal o cual clásico, en lo que bien podría tomarse como un juego de adivinanzas para eruditos.
Dicho de otro modo: apariencias al margen, Umbral casi nunca escribe realmente de política.
Pero una cosa es lo que trata de hacer -y que en buena medida hace, y lo hace como nadie- y otra que ese arte tan suyo de frivolizar jugando literariamente con la espuma diaria del acontecer político no acabe por retratar su verdadero inconsciente político. Un inconsciente que no sólo resulta ser en extremo reaccionario sino, sobre todo -y eso es lo más grave, en su caso-, de una pobreza intelectual verdaderamente patética y, por momentos, hasta anonadante.
Como no es mi estilo criticar lo que los demás desconocen, y dado que mucha de la gente que merodea por este rincón de la Red no es lectora de El Mundo -y la que lo es no siempre lee a Umbral-, voy a reproducir el artículo que le publicaron el pasado martes, 7 de enero. Destacaré, sin mayor comentario, algunas expresiones que me han parecido particularmente curiosas y añadiré algunas observaciones debidamente acotadas entre corchetes y firmadas con mis iniciales. No muchas, porque tampoco es cosa de ensañarse en lo obvio.
El artículo llevaba por título Los intelectuales. Y decía:
«Un grupo ilustre de intelectuales norteamericanos se está moviendo oportunamente para enriquecer el sentimiento de patriotismo y de defensa frente a dos enemigos peligrosos: los otros intelectuales, los que van sistemáticamente contra los valores americanos y, lo que es más grave, la marejadilla de mensajes europeos que condenan el imperialismo en todo momento porque no pueden olvidar ni perdonar que los Estados Unidos nos salvaron de dos guerras mundiales y del terror estalinista. [Nótese que esto lo escribe un español, que sabe que España no participó en la I Guerra Mundial, que conoce que Washington abasteció de combustible a las tropas rebeldes de Franco y que, terminada la II Gran Guerra, se negó a propiciar el derrocamiento de la dictadura militar pro-nazi, abocando al pueblo español a 40 años de sufrimientos. JO]. Arthur Miller y Norman Mailer son quizá los nombres más notorios y sorprendentes en este grupo de intelectuales americanos que han decidido posar como americanos antes que como intelectuales. Lo cual que la cosa va en serio.
»América [Obsérvese que Umbral, fiel a la doctrina Monroe, identifica constantemente "América" con "Estados Unidos de América". JO] trajo los misiles, pero también trajo la penicilina. Prueben ustedes a hacer el recuento de premios Nobel de la ciencia y la investigación en los últimos años o en el pasado siglo. [Nota bene: recuérdese que tanto sir Alexander Fleming como el grupo de científicos que en su unión descubrieron e impulsaron la penicilina... fueron británicos. JO]. El número de norteamericanos es sorprendente, y a ellos hay que añadir los extranjeros que América fichó y ficha prematuramente cada día por las universidades del mundo. No es culpa suya si esas universidades -también las españolas- estaban adormecidas cuando USA fichó a Severo Ochoa, un suponer. Einstein no hubiera sido posible sin el patrocinio yanqui. [Einstein realizó lo esencial de sus investigaciones en Europa, antes de instalarse en Princeton. Por lo demás, son sobradamente conocidas las dificultades por las que pasó cuando en 1945 se declaró públicamente en contra del programa norteamericano de armamento nuclear. JO].
»Los Estados Unidos viven continuamente esta división perpetua entre una progresía entregada al esnobismo europeo y una intelectualidad que cree en su país y colabora a hacerlo más verdadero. [Me encantaría que Umbral hiciera una Historia, así fuera brevísima, de esa intelectualidad norteamericana que de manera «perpetua» ha contribuido a hacer su país «más verdadero» (sea eso lo que sea). Se topará con media docena de personajes torturados por no haber tenido la fortaleza de haberse negado a delatar a sus mejores amigos y con dos docenas de ultraderechistas confesos, algunos admiradores declarados de Hitler, colaboradores del Tribunal de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy y asalariados de los programas de "promoción cultural" de la CIA. JO]. Hay que cerrar muchas ventanas para no enterarse de que la conspiración terrorista, orientalista, fatalista, va a ser la gran querella del siglo XXI recién iniciado. Ese fatalismo de raza odia la presencia vertical de los Estados Unidos en el Universo, y este odio aparece ilustrado por un progresismo o retroprogresismo que consiste en preferir lo antiguo, lo sucio, lo feo, lo medieval, lo fatal [el subrayado es mío. JO]. Casi toda la intelectualidad de Europa se inspira en esas veladas causas al mismo tiempo que los hombres estrella de nuestra cultura se cortan el pelo a la americana, usan mocasines de marca americana, juegan al póker, beben whisky americano, siegan su jardín y lavan el culo a sus niños de acuerdo con el modelo de las películas de Hollywood.
»Todos somos muy antiyankis en la conversación, porque eso queda más progre, y no digamos en los libros, donde uno sólo puede escribir y firmar panfletos antiamericanos si quiere vender mucho entre un público que disfruta con ese castigo a Bush o el que sea, mientras ceba a sus hijos de hamburguesas y perritos calientes. Hay aquí un doble juego bastante deleznable, contra el que ahora se han levantado los escritores que cito y los que no cito, ante la inminencia de nuevos atentados terroristas de la mafia universal del fatalismo y de ese nuevo juego dúplice que es el suicidio asesino.
»Mientras se diseñan unas nuevas Torres de Manhattan, ya hay escritores, en España y América, que proyectan derribarlas con sus metáforas. Uno nunca ha sido fanático de los Estados Unidos, pero ante la ofensiva medieval que se inició el 11/S, acudimos a nuestros periódicos, todos de modelo americano, como los abajofirmantes de un manifiesto que no existe, pero está haciendo mucha falta.»
Nada, que lo dejo. Voy a seguir buscando metáforas de dinamita medieval, esnob, racial y orientalista y, como no se me corte la infección bucal que tengo, me largo a los EEUU a que algún Nobel me ponga penicilina patrióticamente verdadera.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (9 de enero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de febrero de 2017.
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