Mucho cachondeo se hace ya sobre el famoso talante de Rodríguez Zapatero. Ayer mismo oí a Xavier Arzalluz, de viaje por Cataluña, comentar en todo irónico que el presidente del Gobierno es «un hombre muy sonriente; quizá demasiado».
Supongo que a nadie le molesta que sonría mucho. Lo que mosquea es que con cierta frecuencia quiera disimular con sonrisas y buenas palabras la ausencia de gestos concretos y prácticos.
Así las cosas, corremos el riesgo de olvidar las ventajas que presenta el talante amable de Zapatero. Y no deberíamos.
Hay un modo de precaverse contra ello: ver cómo se las gastan los dirigentes del PP.
El temple de la jefatura pepera se fue volviendo cada vez más chulesco y más desabrido durante su dilatada ocupación del poder. Algunos apuntaban ya maneras desde el principio; otros desarrollaron esa faceta más lentamente. Entre unos y otros fue acumulándose un importante acervo de desplantes. Álvarez Cascos, Tocino, Trillo, Arenas, Martínez (doña Teófila), Acebes, Zaplana, las hermanas Palacio -cada una en su vertiente-, el propio Aznar... Parecían competir en capacidad para mostrarse bordes. Incluso el propio Rajoy entró alguna vez al trapo.
Si ése era su talante cuando libaban las mieles del éxito, excuso decir lo que les ha mejorado el humor después del 14-M.
La Comisión parlamentaria para la investigación de los atentados del 11-M y sus circunstancias está sirviendo de escenario para la exhibición del mal estilo elevado al cubo que el despecho ha instalado en las vísceras del PP.
La mezcla entre sus pésimos modales y sus obsesiones, que también son finas, da resultados verdaderamente espectaculares.
El diputado Vicente Martínez-Pujalte, borde entre los bordes, decidió ayer interrogar al actual comisario general de Información, Telesforo Rubio, sobre sus preferencias políticas y su relación más o menos intensa con el PSOE. No lo hizo porque sí: trataba de alimentar la tesis, típica del PP, de que la derrota electoral de su partido se debió a que el PSOE se sirvió de malas artes para que el atentado del 11-M obrara en su provecho. Le hicieron ver que ni cabe interrogar a nadie sobre sus legítimas opciones políticas ni esas opciones pintan nada en este asunto, a no ser que el PP crea que el comisario Rubio ha incumplido sus obligaciones por razones sectarias. Como quiera que no afirma tal cosa (sólo pretende que la sospecha quede en el aire), Pujalte se vio forzado a envainársela, pero no sin montar el número. Se puso a dar grandes voces («¡Esto es una manipulación!»), se levantó de su asiento y se dedicó «a dar vueltas de un lado para otro, ante la mirada atónita del resto de los vocales y periodistas allí presentes», según reza una crónica periodística.
Entretanto, su compañero de partido, el navarro Jaime Ignacio del Burgo, se metía en otro rifirrafe, éste con el peneuvista Emilio Olabarria, al que tildó de «defensor de ETA» porque contribuyó a desacreditar una obsesión más del PP: que los grupos terroristas islámicos trabajan mano a mano con ETA y que seguro que ETA algo tuvo que ver con el 11-M. Los policías insistieron en que no había nada de eso, Olabarria ayudó a poner en evidencia la idea fija de Del Burgo y éste no pudo aguantarse las ganas de insultar.
De modo que, si bien es cierto que el buen talante no aporta mucho por sí solo, presenta una ventaja difícilmente discutible: es mucho más llevadero que el mal talante.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (9 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de junio de 2017.
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