Es evidente que Rodríguez Zapatero está convencido de que firmar con el PP eso que llaman «pactos de Estado» mejora su imagen. Que le hace aparecer como un político responsable, constructivo, etc., etc.
Lo que no sé es de dónde se ha sacado que la ciudadanía española se toma las elecciones como un concurso de buenos modos. La Historia reciente de este país da suficiente cuenta de políticos cuyas virtudes personales han merecido toda suerte de alabanzas y a los que la inmensa mayoría ha dejado de lado una y otra vez a la hora del voto. Como tampoco escasean ejemplos de lo contrario: personajes cuyas marrullerías jamás han sido un secreto para nadie, a pesar de lo cual -si es que no precisamente por lo cual- han tenido éxitos enormes en las urnas.
La política castiga con frecuencia a los honrados, sí.
Pero mucho más a los panolis.
¿Qué beneficio político concreto obtiene Rodríguez Zapatero apareciendo de la mano de Aznar en los asuntos más cruciales de la vida política española? ¿Qué gana suscribiendo pactos privados con respecto a la inmigración, a los alambicados problemas de Euskadi o al funcionamiento actual de la Justicia? En cada uno de esos campos, su afán pactista no ha alterado ni en un ápice la línea práctica del Ejecutivo, que ha hecho lo que le ha venido en gana antes del pacto, en el pacto y después del pacto.
En sus primeros años de Gobierno, Felipe González tuvo una ocurrencia que le dio abundante renta: nombró a Fraga Iribarne «jefe de la oposición». Adornado con tan pomposo título -absurdo en un sistema parlamentario como el español, en el que no hay una oposición, sino tantas como partidos están fuera del Gobierno-, Fraga se puso muy hueco. Pero, sobre todo, se puso dócil, que es lo que González había buscado regalándole el oído y las prebendas. Fraga pasó años sin hacer nada que se pareciera a una verdadera oposición. A una oposición que se aproximara, siquiera fuera de lejos, a la que el propio González había hecho con Adolfo Suárez.
Me da que Aznar tomó nota de aquella experiencia y que la ha repetido a su modo con Rodríguez Zapatero. Le ha invitado a firmar mano a mano pomposos acuerdos fuera del Parlamento, como si el secretario general socialista representara al conjunto de la oposición (o como si el resto de la oposición fuera desdeñable).Y él lo ha aceptado, no dándose cuenta de que con ello se separaba del resto de los partidos de oposición y de la parte de la población que simpatiza con ellos. No ha aprendido de la experiencia, que debería enseñarle que el PP vuelve esos acuerdos contra él a la primera de cambio, acusándole de traicionarlos.
Hay un reproche que Aznar suele lanzar desdeñosamente contra Rodríguez Zapatero y que -debo admitirlo- comparto. Le dice que no se aclara. Y es verdad. Y lo que es peor todavía: se le nota.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de septiembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 11 de abril de 2018.
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