El niño entra en la cocina y mira a su madre con gesto hosco:
-¡Mamá, yo no he roto el jarrón de la sala!
Naturalmente, su madre no tenía ni idea de que el jarrón de la sala se hubiera roto.
Excusatio non petita, accusatio manifesta, decían los latinos. Quien se defiende de aquello de lo que no ha sido acusado admite implícitamente que espera la imputación.
El Gobierno de Washington ha dejado bien sentado que rechazará la autoridad del recién creado Tribunal Penal Internacional en tanto no quede claro que ninguno de sus funcionarios y militares será jamás conducido ante él, haya hecho lo que haya hecho. No se ha andado con rodeos y ha planteado la exigencia por la brava y con todas las letras: quiere impunidad.
No parece abusivo pensar que plantea esa demanda porque sabe que ha roto demasiados jarrones... y porque sabe que va a seguir rompiéndolos.
Hay quien dice que, al plantear tan insólita exigencia, los EEUU demuestran que rechazan la existencia de una legislación penal internacional. No es verdad. Los EEUU quieren que existan leyes penales internacionales, sólo que dictadas por ellos y administradas por ellos, directamente o bajo tutela. Si el TPI se aviniera a aforar colectivamente a la Administración norteamericana, Bush no le pondría mayores objeciones.
Lo que sí demuestra la demanda de impunidad de los gobernantes de Washington es que se malician que el Tribunal Penal Internacional, si se lo permitieran, acabaría metiendo la nariz en sus siempre oscuras actividades exteriores.
No les preocupa que haya o no razones para acusarles de crímenes de guerra, o de genocidio. Lo único que les preocupa es que nadie tenga autoridad para llevar esas razones ante un tribunal.
¿Cabe más transparente declaración de culpa?
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (4 de julio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de junio de 2017.
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