Tocan a rebato en defensa del neogeneral Galindo. Me apuesto algo a que, en la entusiástica carrera hagiográfica que algunos han emprendido, el día menos pensado proponen que el general sea nombrado «conde de Intxaurrondo». Tampoco tendría nada de particular, si bien se mira: una nobleza que ya ha incluido en su liberal Ghota a una sociedad anónima -ahí está la condesa de FENOSA para atestiguarlo-, ¿por qué no habría de hacer lo propio con una casa-cuartel?
Al parecer, el mérito máximo del Gran Galindo es que ha logrado desmantelar ochenta «comandos» de ETA. Impresionante, sin duda. Pero de eficacia un tanto dudosa, si consideramos las cosas con la necesaria perspectiva. Porque el objetivo último no es desmantelar «comandos» in æternum, sino lograr que deje de haber «comandos», desmantelados o por desmantelar. O sea, que cese la violencia de ETA. Y, de cara a ese objetivo, resulta más que dudoso que los métodos utilizados por el equipo de Galindo -de los que hoy El Mundo proporciona nueva y estremecedora cuenta- sean los adecuados. Más parece incluso que, lejos de contribuir a que la violencia se extinga, los hombres de Galindo la han alimentado. Han venido a actuar -en la práctica: sus intenciones sólo ellos las conocen, y a mí no me importan lo más mínimo- como el Charlot de The Kid: un excelente vidriero, si no fuera porque él mismo se las arreglaba para que siempre hubiera vidrios rotos a tiro de piedra, para continuar cobrando por repararlos.
Hay una guerra cada vez menos sorda entre los dos grandes clanes de Interior: de un lado, el equipo policial de Belloch; del otro, los de la «herencia recibida», encastillados en el búnker de todos los Galindo que quedan, vistan de verde, de marrón o de paisano. Se denuncian entre sí, se sacan los trapos sucios, se vilipendian a más y mejor.
Algunos consideran que esta guerra es una auténtica catástrofe. Alegan que los mandos policiales no deberían enzarzarse entre sí, sino unir sus fuerzas para luchar contra la delincuencia.
Es un deseo encomiable, pero incumplible. Imposible de llevar a la práctica mientras sea tan difusa la divisoria entre la delincuencia y quienes tienen el encargo de luchar contra ella.
A mí -qué quieren que les diga- me parece bien que se peguen. Que los unos saquen a relucir cuantas miserias conozcan de los otros, y viceversa. ¿Que Galindo sí, pero éste y el de más allá tal para cual? Pues a por éste y el de más allá también. Que por limpieza no quede.
Interior ha sido durante mucho tiempo demasiado interior. Le hacía falta un paseo por el exterior. Aire puro. Porque no puede estar encargado de la limpieza pública quien ni siquiera se desprende de su propia basura.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de agosto de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de agosto de 2012.
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