Tal se diría que esté prohibido hacer declaraciones sobre las novedades que se han producido en el proceso de paz en Irlanda que no contengan dos elementos: 1º) Hay que dejar claro que Irlanda y Euskadi son muy diferentes; y 2º) Hay que decir que el IRA y el Sinn Fein están dispuestos a conformarse con un grado de autonomía muy inferior al que ya tiene Euskadi.
El primer punto es tedioso, de puro obvio. Nadie ha pretendido que las realidades de Irlanda y Euskadi se parezcan. Lo que algunos han -hemos- dicho es, sencillamente, que cabe extraer ciertas enseñanzas del proceso de paz irlandés de cara a la pacificación de Euskadi. La principal lección de lo que está sucediendo en Irlanda la he expresado más de una vez de forma (creo) bastante clara: para que dos se entiendan, lo primero que se requiere es que quieran entenderse. De modo que, cuando algunos dicen: «Es pena que en Euskadi no haya un Gerry Adams», sólo me cabe responder: «Sí, y es pena que en Madrid no mande un Tony Blair». Aunque, en mi criterio, las personalidades sólo emergen cuando las necesidades sociales las demandan.
El segundo punto tiene más intríngulis. ¿Están realmente el Sinn Fein y el IRA dispuestos a conformarse con un grado de autonomía menor que el ya existente en Euskadi? Si de lo que se habla es del número de competencias que Londres se muestra dispuesto a transferir al futuro gobierno de Irlanda del Norte, no parece que quepa la menor duda: el Ejecutivo de Vitoria tiene, en efecto, muchas más. Pero el célebre acuerdo de Viernes Santo, desencadenante de la dinámica de paz en Irlanda, incluye un punto clave que no está ni en la Constitución Española ni en el Estatuto de Autonomía de Euskadi: el reconocimiento de que el futuro de esa población deberá finalmente ser decidido por ella misma. ¿Que es un reconocimiento que se remite a no se sabe muy bien qué calendas? Cierto. ¿Que esa remisión lo vuelve en buena medida retórico? Verdad. Pero está ahí. Y pesa. Tiene un valor simbólico y sentimental que es decisivo para los republicanos irlandeses.
Quienes se empeñan en comparar las atribuciones estatutarias del Gobierno Vasco con el plan de autonomía de Irlanda del Norte no se dan cuenta -o no quieren darse cuenta- de que están hablando sin parar del huevo, cuando las demandas nacionalistas versan sobre el fuero. Cantaba Cuco Sánchez en una ranchera: «Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión». La polémica no es sobre la libertad de movimientos dentro del habitáculo, sino sobre la posibilidad o imposibilidad de salir de él.
Hay quien cree que sólo reclama el derecho de autodeterminación quien quiere separarse. Es falso. Uno puede ser partidario de que exista el derecho al divorcio y no tener la menor intención de divorciarse, por lo menos de momento.
¿Cree usted que es lo mismo aceptar vivir en pareja que ser condenado a vivir en pareja? Yo no. En absoluto.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (26 de octubre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de junio de 2017.
Comentar