Los locuaces accidentados del helicóptero de la plaza de toros madrileña afirman en cuanto les dejan -¡y cuidado que les dejan!- que se salvaron «de puro milagro».
No sólo este milagro, sino todos los milagros, en general, me sumen en un cierto malestar teológico. Pongamos que sea cierto que Dios decidió alterar la lógica propia de los acontecimientos para que esta gente no perdiera la vida. Demos en suponer que, además, lo hizo para salvar a Rajoy y Aguirre, en concreto, y que no era ninguno de los otros viajeros del aparato el receptor de su predilección divina. Pero, de aceptar esto, ¿qué sentido tiene que permitiera que el helicóptero se accidentara? Evita que sus aspas rocen contra nada y se ahorra tener que hacer luego un milagro mucho más aparatoso, y nunca mejor dicho. ¿O lo hizo a propósito? Y eso ¿para qué? ¿Quiso enseñar los dientes a Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy?
Cuán cierto es que los designios del Señor son inescrutables. Son tan inescrutables, y tan chocantes -si se me permite emplear la expresión en este caso-, que resultan tirando a incongruentes.
Me planteo -por dejar en paz a la feliz pareja del PP- la historia de Lázaro, el resucitado. Llegó Jesús y, ¡haleop!, lo sacó de las tinieblas del Averno y lo puso en pie. Pero, que se sepa, el tal Lázaro no sigue vivo. Nos habríamos enterado, digo yo. Entonces, ¿por qué lo resucitó, si lo iba a dejar morir unos cuantos suspiros después, que no otra cosa hubo de ser su vida restante comparada con el largo transcurso de los siglos?
Cuando uno pregunta a los deístas por qué su supuesto Dios -su supuesto por ellos, que no por mí- permite que en el mundo existan tantas injusticias y horrores, responden que Dios no quiere interferir en la libertad de los hombres (y de las mujeres, supongo). Bien, y entonces ¿por qué hace milagros? ¿Se autoriza a intervenir en la libertad de los hombres (y las mujeres) en algunas ocasiones, y no en otras? ¿En nombre de qué principio? ¿O es según tenga el día? ¿Y por qué interviene en asuntos tan específicos y tan anecdóticos -tan «puntuales», que dicen ahora los que confunden la concreción con las horas- y no en aquellos que serían verdaderamente merecedores de la acción positiva de alguien a quien se le supone bondad infinita? ¿Rajoy y Aguirre sí, pero los millones de niños del África negra con sida no?
Pero ya sé que no tiene sentido pretender que se sujete a los dictados de la Razón alguien que, por definición, está libre de ellos. O sea, que es esencialmente irrazonable.
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Javier Ortiz. Apuntes del natural (3 de diciembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de noviembre de 2017.
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